La estrategia estadounidense en Damasco fracasó porque sus esfuerzos nunca tuvieron relación con las demandas populares de la revolución siria. De hecho, el entrenamiento de insurgentes en ese país lejos de amedrentar al tirano engrosó las filas del Estado Islámico y coadyuvó a la militarización de los espacios públicos de protesta. Por su lado, la reciente intervención militar de Rusia en Siria tampoco tiene el objetivo de defender al pueblo sirio, de hecho tampoco tiene el objetivo primordial de defender a Bashar al Assad, sino tan solo de mantener sus intereses estratégicos en Tartus utilizando el discurso del “combate al terrorismo” para vigilar el único punto de acceso al Mediterráneo que le queda tras perder la influencia en Libia. El problema real radica en que cualquier escenario post assadista, para Rusia, tiene que pasar por una figura política que mantenga dichos intereses intactos en el Mediterráneo y, para Estados Unidos, por una figura política que respete a Israel, al capitalismo y a las trasnacionales europeas.
Lamentablemente para el pueblo sirio, en este contexto Al Assad es el único que puede ofrecer dicho balance de poder. De hecho, Israel ya no ve con buenos ojos un hipotético derrocamiento de Al Assad ante el temor de que el vacío de poder que deje el dictador sea tomado por Daesh en la zona. Ante esto, podemos decir que esa es una de las razones por las cuales los F-15 israelíes no han reaccionado a los ataques aéreos de los Sukhoi rusos en los cielos sirios a pocas horas de haber experimentado los primeros bombardeos contra Daesh pese a las molestias estadounidenses.
Pero tanto la estrategia estadounidense como la rusa tienen la misma perspectiva sobre Siria a final de cuentas, pues parece que el problema es que ambos regímenes ven a dicho país árabe como un tablero donde se disputa un juego de suma cero con graves síntomas de Guerra Fría donde lo que está en juego no es, ni mínimamente, el fin de la tragedia humanitaria que vive el grueso de la población siria sino más bien el tipo de capitalismos que ambos frentes y sus aliados persiguen para mantener sus respectivas cuotas de poder en el mundo.
Algunos autores le denominan a esto “una nueva guerra fría”. Otros “dualidad antagónica”. Yo propongo llamarle simplemente “choque de capitalismos”, en tanto somos testigos de un reacomodo de fuerzas que implica un viraje del mundo supuestamente unipolar (como se le conoció a principios de los años noventa ante la caída de la Unión Soviética) a uno de carácter multipolar que enfrenta al mismo capitalismo en sus diferentes versiones y a través de actores regionales e internacionales empeñados en el empoderamiento propio o en la obstaculización del empoderamiento de sus competidores. Una principal característica de este choque de capitalismos es la competencia económica que enfrenta al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional con instancias alternativas como el Banco de Desarrollo de los BRICS o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras que lidera China, por citar algunos ejemplos.
Pero también hay que agregar algo más. Y es que se tiene que hablar del capitalismo gore que aplican movimientos como Daesh o Al Qaeda, y otros movimientos criminales alrededor del mundo que operan como si de compañías trasnacionales se tratase. De hecho, tal como Washington y Moscú, como Irán y Arabia Saudí, como Hezbollah y Al Nusra, Daesh y Al Qaeda también compiten en el terreno sirio, y no solo lo hacen por reclutar a la mayor cantidad de gente para integrarse a sus filas sino también para obtener mayor financiamiento proveniente de seguidores del islam takfirí a quienes tratan de convencer de ser la mejor opción para liderar el yihadismo global. Ese también es otro tipo de capitalismo y otro tipo de choque.
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El punto es que este múltiple y complejo choque de capitalismos es el verdadero causante de la crisis siria y desde un principio el causante de la corrupción, el autoritarismo, la violencia y la represión contra los cuales se rebelaron no solo los sirios sino también los y las egipcias, los yemeníes, bahreiníes y otros pueblos dentro y fuera del Medio Oriente.
Hablar de una “nueva Guerra Fría” es correcto pero no es suficiente para plantear un entorno geopolítico de profunda división y antagonismo en el que las divisiones políticas y la erupción de más movimientos de insurrección popular están produciendo un futuro cada vez más incierto para las sociedades en el mundo. Particularmente en Medio Oriente, insisto, el frágil estado de derecho ha vulnerado la esperanza de ver gobiernos responsables con mayor capacidad de respuesta a la crisis social y económica de sus pueblos, lo que ha coadyuvado a observar el resurgimiento de fenómenos como la militarización de los espacios de expresión, el regreso de la tortura, la intervención extranjera directa e indirecta y la reaparición de movimientos extremistas de base islámica.
En estos términos geopolíticos, Siria se ha convertido en “el Estado pivote de las revoluciones árabes” porque su problemática interna tomó una dimensión internacional que no permitió que la extraordinaria ola de cambio político que venía corriendo desde Túnez y Egipto llegara a las costas de los países petroleros del Golfo, situación que hubiera puesto en serios aprietos a Estados Unidos tal como la situación de Libia prendió las alertas entre los militares rusos, fenómeno que ha devenido en la situación que tenemos hoy en día en aquella zona.
Lo único que las intervenciones estadounidenses, rusas, iraníes, saudíes y yihadistas han logrado es justamente frenar esta ola de cambio en Damasco bajo la excusa de “respetar las voces del pueblo sirio”, lo cual significó un claro secuestro de sus causas iniciales y la sustitución de su narrativa en la prensa mundial por historias e imágenes de la violencia perpetrada en cada una de las ofensivas militares que se han venido desarrollando entre una plétora de milicias armadas hasta el tiempo de escribir estas líneas.
La importancia de Siria no ha sido entonces un tema de recursos energéticos, poder de disuasión o de motivaciones armamentistas sino de uno donde la situación geoestratégica de este país afecta directamente los intereses económicos de actores locales, regionales e internacionales dependiendo del régimen que ahí gobierne. En este tenor, Siria se ha convertido en un campo de batalla para la nueva Guerra Fría y para los distintos tipos de capitalismo que se encuentran no solo en el Medio Oriente sino también en otros escenarios en el mundo, con diferentes grados de violencia armada y de disuasión, tales como Venezuela en América Latina o el caso de Ucrania en Europa del Este, aunándose a una cadena de escenarios que, con la militarización de las calles y las plazas, han visto empantanar a una serie de fuerzas sociales que había salido a reclamar mayores canales de participación política, mayor justicia social, libertad de expresión, y otras causas, algunas de ellas totalmente anti sistémicas.
Este contexto sirve para describir cómo las revoluciones árabes movieron a las elites políticas que hoy se han visto obligadas a capitalizar la serie de manifestaciones que amenazaron su statu quo, reacción que ha devenido en una serie de escenarios que han causado sorpresa entre analistas, profesores, medios de comunicación y movimientos sociales tales como el acercamiento entre Estados Unidos e Irán o el acercamiento entre Egipto y Rusia. No obstante, me gustaría decir que estos cambios geopolíticos que están en marcha son estrictamente coyunturales y que al tiempo de escribir estas líneas su afianzamiento en el tiempo dependerá del reacomodo económico y político que las elites de cada uno de estos países vayan calculando, esto de acuerdo con el comportamiento de otros actores en otras regiones ya que este choque de capitalismos no solo se libra en Medio Oriente sino prácticamente en todo el mundo.
Lo anterior hace pensar que el éxito que los países conocidos como BRICS han tenido a la hora de competir directamente con los mecanismos económicos tradicionalmente impuestos desde Washington por más de cincuenta años no represente un verdadero cambio epistémico de desarrollo sino simplemente una forma distinta de aplicar el capitalismo y, más grave aún, saber que detrás de las crisis como la antes expresada y de estos choques entre regímenes existen fuertes corporaciones trasnacionales con alto poder económico tratando de canalizar dichos choques para seguir acumulando capital y que con dicha acumulación tratan de determinar los destinos de los estados a quienes usan como recurso de poder.
El choque de capitalismos pues, parafraseando críticamente al choque de civilizaciones de Samuel Huntington, trata de explicar que la crisis económica y social mundial, o al menos una causa importante de ésta, ha venido justamente de la crisis misma del sistema capitalista y se ha extendido a los otros tipos de capitalismo donde el capital usa al estado y sus valores de pertenencia cultural como recurso de poder para transformarse en algo aparentemente nuevo y seguir vivo como sistema económico. No fue, nunca lo fue, el choque de civilizaciones el causante de las guerras, sino la acumulación de capital, de territorio y de recursos, el verdadero causante de este choque. No fueron los pueblos el problema, sino las elites de poder y su sistema.