Hoy en el blog publicamos un espléndido estudio sobre el Islam político y la cruzada contra el terrorismo, elaborado por María José Urzúa, una estudiante de Relaciones Internacionales del ITAM. Que lo disfruten.
El origen de todos los miedos: Los estereotipos del islam
político y los riesgos de la “cruzada” contra el terrorismo
Introducción
Parecería que tras los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001
vivimos en un mundo en el que ha triunfado la visión huntingtoniana de la
política global. De acuerdo con Samuel Huntington,
La causa fundamental de conflicto en la nueva
fase del mundo no será primordialmente ideológica ni económica. Las grandes
divisiones entre la humanidad y la causa de conflicto predominante serán de
carácter cultural. Los Estados nación continuarán siendo los actores más
poderosos en los asuntos mundiales, pero los principales conflictos de la
política global ocurrirán entre naciones y grupos de diferentes civilizaciones.
El choque de civilizaciones dominará la política mundial.[1]
En respuesta a los ataques perpetuados por Al Qaeda en territorio
estadounidense, el entonces presidente George W. Bush declaró la guerra no sólo
a aquellos que realizaron los atentados, sino a una lista creciente de organizaciones
terroristas y a aquellos que los refugiaban y apoyaban. La gama de
organizaciones rápidamente se expandió para incluir a movimientos de islam
político sin alcance global y que no operan fuera de su propio contexto, como
es el caso de Hamas y Hezbollah.
El presente trabajo se propone analizar qué es el islam político
más allá de los reduccionismos occidentales, cuál es el trasfondo de algunos de
sus principales movimientos y cuáles son los riesgos de estereotipar a
movimientos tan distintos, poniéndoles la etiqueta de enemigo, y de eternizar
la “cruzada” contra el terrorismo.
La hipótesis de la investigación es que los movimientos de islam
político tienen un trasfondo político, económico, social y cultural que
trasciende su esfera militar, que Al Qaeda es un caso excepcional con base en
el cual no se puede juzgar al islam político, y que la tendencia a estereotipar
a estos movimientos y al mundo árabe en general, perpetuando indefinidamente la
lucha contra el terrorismo, acarrea grandes riesgos para la comunidad
internacional.
La estructura del trabajo es la siguiente: en primer lugar, se
mencionará cómo ha cambiado el mundo a partir del 11 de septiembre,
específicamente a partir de la declaración de la guerra contra el terrorismo.
En seguida se estudiará qué es un movimiento de islam político, en miras de
entender mejor al supuesto “gran enemigo del mundo occidental”. A continuación
se analizarán los casos específicos de cuatro movimientos muy controversiales:
Al Qaeda, Hamas, Hezbollah y el Talibán, así como las diferencias entre ellos.
Por último, se llevará a cabo una reflexión acerca de las implicaciones y los
riesgos de reducir el mundo a blancos y negros, según el arbitrio de un solo
hegemón.
¿Ha triunfado inevitablemente la visión del mundo de Samuel
Huntington? Es ésta una de las grandes disyuntivas de nuestros tiempos, y la
principal motivación de este trabajo.
El mundo después del
11 de septiembre
Tras los atentados en territorio estadounidense, Estados Unidos no
dudó en rápidamente invocar su derecho a la legítima defensa, amparándose en el
artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas[2],
e invadió Afganistán con el apoyo de los demás países de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en octubre de 2001.[3]
En el marco de estos acontecimientos se aprobaron resoluciones como
la 1373 (2001) en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU). Dicha resolución insta a la comunidad internacional a
instrumentar medidas para combatir el uso del terror en las relaciones
internacionales.
Llama la atención que de manera contundente la
resolución 1373 considera todo acto terrorista como una amenaza a la paz y la
seguridad internacionales. El problema con esta postura es de importancia
nodal, toda vez que todavía no existe una definición universalmente aceptada
sobre lo que constituye el terrorismo.[4]
La incertidumbre acerca de quién es un terrorista ha provocado que
toda clase de movimientos puedan ser englobados dentro de la misma categoría, a
pesar de no tener nada en común entre sí. Ha sido, además, fuente de diversos
abusos por parte de aquellas naciones que se consideran a sí mismas con la
suficiente autoridad moral para discernir quiénes son los terroristas. Cabe
destacar, a manera de ejemplo, la designación arbitraria que George W. Bush
hizo del “el eje del mal”, integrado por Irán, Iraq y Corea del Norte, el cual,
según sus propios criterios, es el principal promotor del terrorismo en el
mundo.
El que tras los atentados del 11 de septiembre, diversos
movimientos de islam político, ajenos a los acontecimientos, fueran designados
enemigos de Estados Unidos y, por consiguiente, de sus aliados, se debe al
poder de los estereotipos y las simplificaciones que sirvieron como fundamento
de la nueva “cruzada”. La noción de que todos aquellos clasificados como
“terroristas” comparten una especie de “código de ética terrorista” y trabajan
por un trascendente “objetivo terrorista” se suma a las ya de por sí
intrincadas ideas orientalistas acerca de “la mentalidad musulmana” y la
“naturaleza del Islam”. El resultado ha sido la concepción popular de que
existe un enemigo malvado y monolítico encarnado en el musulmán, lo cual supone
un grave retroceso para las relaciones interculturales, una actitud riesgosa
para el mantenimiento de la paz internacional, y un menoscabo de la dignidad de
todos los musulmanes.
El islam político:
Más allá de las simplificaciones
En Occidente se tiende a realizar enormes simplificaciones al
hablar del islam político, especialmente a partir de los acontecimientos del 11
de septiembre. Destacan el afirmar que es monolítico y que es inherentemente
violento. ¿Qué es en realidad el islam político? De acuerdo con el politólogo
Guilian Denoueux, es la “forma de instrumentalización del islam llevada a cabo
por individuos, grupos y organizaciones que persiguen objetivos políticos.
Provee de respuestas políticas a los retos de las sociedades actuales
imaginando un futuro cuyos pilares fundacionales se encuentran en conceptos de
la tradición islámica.”[5]
Esta reapropiación utópica del pasado, la cual se realiza en torno
a una edad de oro islámica idealizada, arma a los islamistas políticos con una
herramienta ideológica poderosa. Además, utilizan el vocabulario religioso del
islam con fines políticos, y emplean a las mezquitas y a otras instituciones ad
hoc como medios para transmitir sus mensajes políticos.
La preocupación de los movimientos de islam político por instaurar
un Estado islámico se limita en la práctica a intentar islamizar los Estados
musulmanes ya existentes. Sólo una pequeña minoría de los islamistas políticos
consideran que la creación de un solo califato islámico es posible y deseable. Estos
movimientos no se limitan a una propuesta política, sino que tienen también una
rama social, político/económica y militar.
La popularidad de los movimientos de islam político ha incrementado
debido a que las élites gobernantes poscoloniales no han cumplido con sus
promesas de desarrollo económico, participación política y respeto a la
dignidad humana. En la medida en que su legitimidad ha ido en picada, muchos
regímenes poscoloniales se han vuelto autoritarios y represivos para lograr mantenerse
en el poder. El intento por suprimir violentamente a los movimientos de islam
político ha llevado a algunos de ellos a actuar clandestinamente y a perpetuar
actos de violencia en contra del régimen represor.
No existen dos movimientos de islam político iguales porque todos
se encuentran determinados por el contexto político, económico y social en el
que operan. Sin embargo, los movimientos yihadistas violentos constituyen una
diminuta minoría. El 11 de septiembre los volvió el principal foco de atención,
pero la realidad es que no son representativos de la gran mayoría de los
movimientos de Islam político, los cuales operan pacíficamente realizando
actividad política en nombre del Islam. Tal es el caso, por ejemplo, de los
Hermanos Musulmanes en Egipto, quienes constituyen una fuerza política
importante en el país y han accedido a los más altos cargos.
El discurso
antiestadounidense y la “cruzada” contra la cristiandad
¿Tienden los movimientos de islam político a tener un discurso
antioccidental? Sería erróneo el negar que existe una tendencia por parte de
estos movimientos a manifestarse en contra de Occidente y, particularmente, en
contra de Estados Unidos, a quien se identifica como su líder. Además, su
resistencia adquiere el carácter de “cruzada”, reviviendo las rivalidades históricas
entre el islam y la cristiandad.
Dicho discurso tiene su origen, en gran parte, en el apoyo de las
potencias occidentales a regímenes opresivos y autoritarios en Oriente Medio.
Resulta lógico que ello derive en que el enojo de los movimientos de islam
político en contra de sus gobernantes sea canalizado también en contra de las
potencias occidentales, y especialmente en contra de Estados Unidos.
Cabe notar que está siempre presente la memoria histórica. No
debemos perder de vista que,
De todas las civilizaciones existente en el
mundo, únicamente la civilización islámica fue una fuente directa de
conocimiento para Occidente, y de todas las civilizaciones del Este, solamente
el imperio islámico reinó en partes de Europa. El reciente dominio de Occidente
sobre las sociedades musulmanes ha sido por ello particularmente doloroso para
los musulmanes.[6]
La mayoría de los islamistas políticos creen que, si los musulmanes
pudieran retornar al idealizado modelo de la edad de oro del Islam, entonces la
relación de Oriente Medio con Occidente sería una relación de igualdad y no de
subordinación. Muchos de estos agravios relacionados con la búsqueda de
igualdad y dignidad se conjugan en la cuestión Israel-Palestina.
Por un lado, para los musulmanes fue agonizante
el mirar la implantación de un cuerpo extraño en el corazón del mundo árabe.
[…] Además, para los musulmanes creyentes, la afrenta terminó por constituirse
cuando Jerusalén, el segundo lugar más sagrado para el islam, fue ocupado en
1967. […] No es coincidencia que la mayoría de los movimientos
neofundamentalistas islámicos en el mundo árabe hayan florecido después de la
Guerra de los Seis Días de 1967. La idea era que si los israelíes podían triunfar
debido a la ardiente adherencia a su fe, los musulmanes serían aún más
victoriosos de adherirse fervientemente a su propia religión.[7]
d
Casi todos los musulmanes se
identifican a sí mismos como palestinos en potencia, como los
extranjeros en su propia tierra que pudieron ser desterrados y deshonrados
impunemente. La ocupación de Iraq por parte de Estados Unidos ha alimentado el
enojo musulmán hacia este país, dado que ha sido considerada como una guerra
injustificada, contraria al derecho internacional, y con el único propósito de
hacerse del petróleo del Golfo Pérsico y consolidar la hegemonía estadounidense
en la región.
Al Qaeda: La
excepción, no la regla
Los movimientos extremistas, a los cuales se les identifica como
yihadistas, justifican al terrorismo como la única manera de superar la
asimetría de poder entre musulmanes y Occidente. Promoviendo el terrorismo bajo
una definición pervertida del yihad (el
movimiento interno y/o externo para proteger la fe musulmana), buscan instaurar
una forma de gobierno de base islámica a través de la vía armada. A diferencia
de los movimientos de islam político, carecen del apoyo popular y de una agenda
política, económica, social y cultural. Son estos movimientos los que han
logrado hacer que el islam político parezca monolítico y sumamente peligroso a
ojos de Occidente. Sin embargo, los movimientos extremistas violentos y transnacionales
son la excepción, no la regla, en cuanto a la acción política llevada a cabo en
nombre del islam.
El movimiento yihadista por excelencia es Al Qaeda. Al Qaeda fue
creado en 1989 por su líder Osama Bin Laden, tras haber colaborado con la Central Intelligence Agency (CIA) para
expulsar a los soviéticos de Afganistán. Cuando en 1989, después de diez años
de ocupación, la URSS abandonó Afganistán, los muyahidines afganos, organización
creada por la CIA, se deslindaron de Estados Unidos y se cambiaron el nombre a
talibanes, pretendiendo establecer un Estado islámico donde ellos serían los gobernantes
legítimos. Asimismo, Osama Bin Laden se deslindó de los talibanes y volvió a su
país de origen, Arabia Saudí. Originalmente creó Al Qaeda en respuesta a la
presencia de bases militares estadounidenses en su país.[8]
Caracterizándose por su discurso y actuación violenta, antioccidental y transnacional,
se convirtió en el baluarte de los movimientos yihadistas y, a partir de 2001,
de la “cruzada” contra el terrorismo.
Al Qaeda carece de una ideología y de una agenda, y logra
sostenerse a través de una narrativa.
La primera parte de la narrativa es el
sufrimiento de la umma, que es una umma virtual: todos los crímenes
cometidos en contra de los musulmanes en cualquier parte del mundo son
colocados al mismo nivel. […] La segunda parte de la narrativa se centra en el
individuo, quien repentinamente tiene la oportunidad de convertirse en un héroe
y vengar los sufrimientos de su comunidad. […] La tercera parte de la narrativa
es la dimensión religiosa: el yihad es
un deber personal, la protección de la umma
la llevan a cabo unos pocos héroes devotos, y la salvación se alcanza a través
del sacrificio y la muerte. […] La cuarta y última parte de la narrativa es
menos religiosa: es la representación de la lucha en contra del orden mundial.
Al Qaeda parecería ser la única organización actualmente efectiva en confrontar
“la maldad” de Occidente.[9]
Osama Bin Laden encajaba perfectamente con la tradición occidental de
estereotipar y vilificar. Violento militante y en extremo devoto, él y sus
hombres residían en cavernas, portaban turbantes y barbas largas, y la
atrocidad de sus actos no indicaba ningún programa discernible más allá del
rechazo a Occidente. Bin Laden se convirtió fácilmente en el ícono de la
“misión” occidental del siglo XXI: acabar con el terrorismo en Oriente Medio, y
llevar democracia, secularización y libre mercado a la región, haciendo caso
omiso de que Al Qaeda no es de ninguna manera representativo del islam político
ni, mucho menos, del mundo árabe.
Hamas y Hezbollah: Movimientos
de causas profundas
Estos dos movimientos de islam político son catalogados por la
Secretaría de Estado de Estados Unidos como Foreign
Terrorist Organizations, término con el que también se denomina a Al Qaeda.
A pesar de que es cierto que estos movimientos se encuentran en la difusa línea
entre la violencia y la no violencia, supone un enorme reduccionismo el
colocarlos dentro de la misma canasta que a Al Qaeda. A diferencia de esta
organización, los actos violentos que han realizado se encuentran dentro de un
contexto específico, como medio para consolidar un proyecto político y social.
Hezbollah surgió durante la guerra civil de Líbano, en la cual se
enfrentaron facciones de diferentes confesiones. El conflicto tuvo su origen en
1975, cuando una comunidad de palestinos huyó de Jordania a Líbano tras las
matanzas de septiembre negro, incitando a libaneses a apoyar la causa
palestina. Los libaneses se dividieron en dos bandos: por un lado, el Partido
Socialista Progresista (PSP), conformado por musulmanes sunna y shia que pretendían
atacar a Israel desde el sur de Líbano; por el otro, el Frente Falange,
integrado por cristianos en contra del apoyo libanés a Palestina.
La guerra civil se prolongaría hasta 1990, y la intervención de
Israel en Líbano iniciada en 1987 no cesaría sino hasta el año 2000. Hezbollah,
representando a la shia del sur de Líbano, se separaría del PSP en 1987. Su
popularidad se consolidó durante los años de la ocupación israelí debido a la
constante guerrilla que lideró en contra de los invasores.
El retiro de las tropas israelíes del territorio libanés en el
2000, así como el freno que en 2006 Hezbollah logró poner a un nuevo intento de
incursión israelí en Líbano, le dieron al movimiento gran fuerza en la región.
Inclusive, en el año 2006, Hassan Nasrallah, cabeza de Hezbollah, fue nombrado
el líder más popular del mundo árabe.[10]
Con el paso del tiempo, Hezbollah ha dejado de ser la milicia
radical y clandestina que era en sus inicios para convertirse en uno de los
principales partidos políticos shiitas de Líbano; aunque cabe mencionar que
mantiene un ala de resistencia militar.
Las concesiones que Hezbollah ha tenido que
hacer para participar en el proceso parlamentario han llevado a la organización
a diluir su visión fundacional de convertir a Líbano en una entidad islámica.
Hoy en día, los líderes de Hezbollah expresan abiertamente su compromiso con la
política parlamentaria y aceptan la realidad de Líbano como una entidad
multiconfesional, mientras recalcan su papel como grupo de presión islámico
dentro de la misma.[11]
Por otra parte, Hamas es el movimiento de la resistencia islámica,
el cual surgió en Palestina en 1987, mismo año del nacimiento de Hezbollah, en
el marco de la primera intifada, también conocida como guerra de las piedras”. Hamas
es el ala política de los Hermanos Musulmanes Palestinos, y fue creado para
luchar en la sublevación en contra de la ocupación de Israel del territorio
palestino.
Hamas ha consolidado su popularidad entre el pueblo palestino en
gran medida debido a la perdida de legitimidad de la Organización para la
Liberación Palestina (OLP), que más tarde pasaría a constituir la Autoridad Nacional
Palestina (ANP). Dicha pérdida de legitimidad se debe al fracaso de los
Acuerdos de Oslo de 1993, con los cuales el líder de la OLP, Yassir Arafat,
mediante la mediación de Estados Unidos, reconoció a Israel a cambio del
reconocimiento de la OLP y la ANP, dividiendo así a la resistencia palestina. Además,
la corrupción e ineficiencia de la ANP, así como su incapacidad para proveer de
seguridad social al pueblo palestino, han provocado que Hamas cuente cada vez con
más apoyo.
Las redes de Hamas que buscan brindar a los palestinos los
servicios más básicos, especialmente en zonas conflictivas como Gaza y los
campos sobrepoblados de refugiados, se han vuelto un sustituto de la autoridad
supuestamente legítima.
Hamas también ha desarrollado una rama militar, especialmente en
Gaza, la cual ha perpetuado ataques en contra de los asentamientos judíos. A
partir de 2001, con el inicio de la segunda intifada, militantes de Hamas han
llevado a término misiones suicidas en Israel y en los territorios ocupados. A
pesar de que dichos ataques son barbáricos e inaceptables, no se debe perder de
vista que las acciones violentas llevadas a cabo por Hamas han sido realizadas dentro
de un contexto de ocupación y de creciente desesperación dadas las degradantes
condiciones políticas, económicas y sociales en las que vive el pueblo
palestino.
Hamas y Hezbollah se distinguen terminantemente de Al Qaeda y otros
movimientos transnacionales yihadistas que perpetúan violencia indiscriminada
debido a que son movilizaciones con una agenda política, económica, social y
cultural, en las cuales la rama militar no es más que una arista que existe
para defender causas profundas y complejas, en momentos en los que la violencia
parece la única salida. Además, la actividad violenta que han llevado a cabo ha
sido siempre dentro de una estricta territorialidad y en contra de objetivos
específicos que los movimientos consideran como obstáculos para proteger a su
pueblo y a su territorio. Cabe subrayar que, a pesar del apoyo público y
decisivo de Estados Unidos a Israel, ni Hamas ni Hezbollah han perpetuado nunca
ataques en contra de ciudadanos norteamericanos o en territorio estadounidense.
El paradójico caso
del Talibán
Los talibanes surgieron en 1979 bajo el nombre de muyahidines
afganos. Fueron conformados por la CIA con la misión de expulsar a los
invasores soviéticos de Afganistán, para lo cual recibieron ayuda de Osama Bin
Laden, enviado de la agencia. Cuando la URSS finalmente abandonó Afganistán en
1989, los muyahidines se deslindaron de Estados Unidos y de Bin Laden, y adoptaron
el nombre de talibanes. El objetivo del movimiento se volvió conformar un
Estado islámico bajo el gobierno del Talibán, de carácter sumamente radical.
La ONU no reconoce a los talibanes como los gobernantes legítimos
de Afganistán. Sin embargo, de 1994 a 2001 prevaleció un acuerdo entre la ONU y
los talibanes, por el cual la Organización reconocería a los talibanes como
líderes políticos a cambio de que erradicaran la producción de droga en el
país, actividad que constituye su principal sustento. El acuerdo se vio mermado
por la invasión a Afganistán en 2001.[12]
La justificación para dicha invasión fue que, con el retiro de las
fuerzas soviéticas de Afganistán, Al-Qaeda encontró en este país una base ideal
de operaciones.
Mientras que el ultraconservador Talibán
lograba el control de un Afganistán en caos, Al Qaeda pudo establecer un Estado
dentro de un Estado. La misión mesiánica de Al Qaeda ha sido acuñada en
términos universales, pero de haber estado divorciada de su contexto afgano, no
se habría consolidado como se consolidó.[13]
El 4 de octubre de 2011, tan sólo un mes después de los atentados
del 11 de septiembre, el gobierno británico dio a conocer un estudio que
mostraba los estrechos lazos entre Al Qaeda y el gobierno de facto de Afganistán.
Los talibanes, en su condición de beligerantes
que controlaban una parte del territorio del Estado, eran sujetos del derecho
internacional. Aunque los atentados no se les puedan atribuir en un sentido
técnico jurídico, su complicidad en los ataques los hace susceptibles de
convertirse en sujetos pasivos de una reacción de legítima defensa que tenga
por objetivo impedir la continuidad de los atentados contra territorio
norteamericano.[14]
Días después, el 7 de octubre de 2001, Estados Unidos y Gran
Bretaña dieron inicio a la operación aérea y terrestre Enduring Freedom en Afganistán. Ambos países notificaron al Consejo
de Seguridad que la operación se realizaba en ejercicio de la legítima defensa
individual y colectiva tras los atentados terroristas del mes anterior, en
conformidad con el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Por tanto,
la invasión se completó conforme a lo establecido por el derecho internacional.
El objetivo declarado de la invasión era encontrar a Osama Bin
Laden y a otros dirigentes de Al Qaeda para llevarlos a juicio, así como derrocar al talibán mulá Omar, líder
político del país, quien apoyaba y daba refugio a los miembros de Al Qaeda, y
que a la fecha se encuentra prófugo.
Hoy en día continúa habiendo fuerzas militares de los países de la OTAN,
predominantemente estadounidenses, en Afganistán. Resulta paradójico que, a
pesar de los acontecimientos ya relatados, el Talibán no se encuentra en la
lista de Foreign Terrorist Organizations (FTOs)
del Departamento de Estado de Estados Unidos. Cabe recordar que sólo se
necesita cumplir con tres criterios legales para ser incluido en la lista: ser
una organización extranjera, llevar a cabo actividades terroristas (no queda
claro qué constituye una actividad de tal índole), y que éstas atenten en
contra de la seguridad de Estados Unidos o de sus ciudadanos.[15]
¿Por qué Hamas y Hezbollah, que operan en su territorio con cierta
legitimidad, y que nunca han perpetuado un ataque en contra de Estados Unidos o
de sus ciudadanos, son catalogados como Foreign
Terrorist Organizations, mientras que los talibanes, quienes tienen
supuestos vínculos con Al Qaeda y son supuestamente la principal razón por la
cual Estados Unidos invadió Afganistán, no figuran en la lista?
El origen de todos los miedos
No parece del todo descabellado el afirmar que la “cruzada” contra
el terrorismo pueda resultar aún más dañina para los intereses de la comunidad
internacional que el terrorismo mismo. A continuación se mencionan algunos de
los principales males que tienen como origen la guerra declarada hace ya doce
años.
El mundo en blancos y negros
La “cruzada” contra el terrorismo se fundamenta en una concepción
del mundo en blancos y negros. Por una parte, se encuentra Occidente, el cual
se define según sus principios más afables: el racionalismo, el individualismo,
la democracia y la tolerancia (todo ello sin referencia a, por ejemplo, el
Holocausto o la última matanza en una escuela estadounidense). En
contraposición se cataloga al mundo no occidental como emocional, comunitario,
despótico, violento y fundamentalista. Ello no puede mas que generar en las
sociedades una percepción del mundo al estilo de Samuel Huntington, en la cual
de un lado se encuentran los buenos y del otro los malos, lo cual constituye
una seria amenaza al diálogo entre culturas y a la paz internacional.
La prevalencia de los intereses de unos pocos
En el año 2002, durante el West Point Commencement, el presidente Bush indicó que “no sólo los
Estados Unidos impondrían el uso de la fuerza unilateral y preventiva donde y
cuando eligieran, sino que además la nación castigaría a aquellos que
perpetuaran la agresión y el horror, y trabajaría por imponer una claridad
moral universal entre el bien y el mal.”[16]
Mientras que no exista una definición consensuada y tipificada de
acuerdo con el derecho internacional acerca de qué es terrorismo, cualquiera
puede ser catalogado como terrorista. ¿De qué depende a quién se le designa
como tal? De los intereses de unos pocos, de aquellas potencias que cuentan con
el suficiente poder para imponer a la comunidad internacional sus
determinaciones.
La arbitrariedad que ello supone se muestra evidente en la lista de
Foreign Terrorist Organizations de la
Secretaría de Estado estadounidense, según la cual son organizaciones
terroristas Al Qaeda, Hamas, y Hezbollah, pero no el Talibán.
Otro claro ejemplo de dichas inconsistencias es la invasión de Iraq
en 2003, al haber decidido Estados Unidos, saltándose la autoridad del Consejo
de Seguridad, atacar y eventualmente derrocar al régimen de Saddam Hussein por
supuestos vínculos con Al Qaeda y posesión de armas de destrucción masiva,
conjeturas que nunca fueron comprobadas. La invasión supuso una clara violación
de la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales y colocó al sistema de seguridad colectiva de
la ONU al borde del colapso.
La legítima defensa preventiva
Estados Unidos justificó la invasión a Iraq, claramente contraria
al derecho internacional, mediante la doctrina de la legítima defensa
preventiva. Ésta tiene su origen en el documento publicado por el gobierno
estadounidense en referencia a su estrategia defensiva nacional tras los
acontecimientos del 11 de septiembre, el cual se titula National Security Strategy of the United States of America, y es
también conocida como la “doctrina Bush”.
La doctrina de la legítima defensa preventiva “no sólo se reserva
el derecho a utilizar la fuerza frente a amenazas ‘inminentes’, sino también
frente a amenazas ‘latentes’ allí donde se encuentren.”[17]
¿Pueden la ONU y, específicamente, el Consejo de Seguridad mantener
la paz y la seguridad internacional si existe la posibilidad de legítimamente
atacar a una nación en defensa de una agresión que todavía no ha ocurrido y que
podría no ocurrir?
La legítima defensa preventiva no sólo mina la
restricción del uso de la fuerza, sino también la restricción de cómo los
Estados hacen uso de la misma. Hoy en día los Estados miden la proporcionalidad
de acuerdo con los ataques ya ocurridos o por ocurrir. ¿Qué medida puede ser
usada para evaluar la proporcionalidad cuando se trata de una amenaza latente?[18]
Sin duda que el relativizar el uso de la fuerza es contrario a los
ideales planteados en la Carta de Naciones Unidas, es contrario al derecho
internacional, y supone un riesgo para toda la comunidad internacional. La
“cruzada” contra el terrorismo es el pretexto perfecto para la aplicación de la
doctrina de la legítima defensa preventiva.
El abandono de la seguridad humana
Tras haber finalizado la Guerra Fría, en la década de los noventa,
surgió una mayor preocupación por la seguridad humana. Al concentrarse la
comunidad internacional en aquellos conflictos que afectan el día a día de las
sociedades, como por ejemplo las violaciones a los derechos humanos, el tráfico
de armas y de droga, el deterioro medioambiental, y la migración indocumentada,
se llegó a la conclusión de que las mayores amenazas a la seguridad tienen como
origen la pobreza y la marginación.
Se planteó que la única manera de garantizar la existencia de un
entorno seguro es proveer a todos los seres humanos de educación, salud,
vivienda y alimentación, y se llevaron a cabo acciones encaminadas a la
consecución de estos propósitos.
Sin embargo, el inicio de la “cruzada” contra el terrorismo provocó
que se dejara de lado la seguridad humana y que resurgieran las medidas
encaminadas a fortalecer la seguridad del Estado. No sólo se abandonaron los
esfuerzos por proveer a todo ser humano de una vida digna, sino que además se
adoptaron medidas diseñadas para contrarrestar al terrorismo que atentan contra
las libertades individuales y los derechos humanos de la sociedad. Tal es el
caso de las medidas precautorias para arrestar a sospechosos con base en una
presunta culpabilidad, y el espionaje gubernamental de la información personal
de los ciudadanos.
La seguridad de las personas es vista, en las
condiciones actuales, como un obstáculo a la seguridad del Estado y, por tanto,
se le margina. Paradójicamente, la seguridad del Estado es una noción que
resurge a partir del 11 de septiembre de 2001 con gran fuerza, pese a que la
principal amenaza identificada -el terrorismo- es un acto perpetrado, en
principio, por entidades no estatales, casi “invisibles”, ”escurridizas”, y que
“están en todas partes”.[19]
¿Lucha sin rostro, lucha sin fin?
Si cualquiera puede ser fácilmente denominado terrorista por los
poderes hegemónicos de acuerdo con sus propios intereses, ¿algún día cesará la
“cruzada” contra el terrorismo? Parece que nos encontramos embarcados en una
lucha interminable contra enemigos diluidos y sin rostro. Mientras tanto, poca
atención reciben las condiciones sociales que dan pie a los movimientos
violentos, y se pospone la atención a los problemas menos escandalosos, pero sí
más prioritarios de la sociedad: la pobreza, la desigualdad, las violaciones a
los derechos humanos, el tráfico de personas, drogas y armas, entre otros.
A manera de conclusión
El primer paso que podemos tomar como ciudadanos de a pie para la
consecución de un mundo mejor, sin simplificaciones en blancos y negros, sin la
guerra y la seguridad internacional a merced de los intereses de unos pocos, y
sin el descuido de la seguridad humana, es cuestionarnos los fundamentos de la
interminable “cruzada” contra el terrorismo en la que nos encontramos inmersos.
Para ello, resulta indispensable deshacernos de los estereotipos
que tanto se nos han inculcado acerca del mundo árabe y, especialmente, acerca de
los movimientos de islam político. De lograrlo, no sólo se contribuiría a
mermar los conflictos ya mencionados que atañen a toda la comunidad internacional,
sino que se daría un gran paso hacia el diálogo y el entendimiento entre
civilizaciones, lo cual, a largo plazo, es la única manera de asegurar la
seguridad y la paz mundial.
Edward Said menciona en su texto Orientalism que
Filosóficamente, el tipo de lenguaje,
pensamiento y visión referido como orientalismo es una forma de realismo radical;
cualquiera que emplee el orientalismo, que es el hábito de lidiar con
preguntas, objetos, cualidades y regiones denominadas orientales, designará y
dará un nombre a aquello de lo que está hablando o pensando, y lo considerará
como su realidad inherente. […] Psicológicamente, el orientalismo es una forma
de paranoia, el conocimiento de algo diferente al conocimiento histórico
ordinario.[20]
Es decir que, para Said, nosotros mismos orientalizamos a Oriente.
No habría una identidad oriental sin Occidente, así como tampoco habría una
identidad occidental sin Oriente. El orientalismo nos dice mucho de la región
catalogada con dicho nombre, puesto que es imposible evitar la interiorización
de las características impuestas por el observador, y nos habla mucho también
de Occidente mismo, ya que, a fin de cuentas, es al observar al otro que nos observamos
a nosotros mismos.
Valdría la pena cuestionarnos si no sucede lo mismo con los
movimientos que, con total desconocimiento, Occidente denomina como
terroristas. ¿Se ven impulsados a radicalizarse al ser catalogados como
radicales? De ser así, resulta todavía más fundamental dejar de imponer una
política de blancos y negros.
Parecería que las organizaciones terroristas como Al Qaeda se
aprovechan del discurso dominante del choque entre civilizaciones,
reflejándosenos como un espejo: “somos lo que dicen que somos, es decir su peor
enemigo, y la prueba está no en lo que nosotros hacemos, sino en lo que ustedes
dicen que somos…” El aceptar quedarnos con este discurso sería darle el triunfo
al desalentador mundo de Huntington, resignándonos a un futuro dominado por el
choque entre civilizaciones. La solución parece estar, como siempre, en el
diálogo y el entendimiento mutuo.
Bibliografía
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Gilles y Pierre Hassner. eds. Justifier
la guerre? De l’humanitarisme au contre-terrorisme. París: Presses de
Sciences, 2005.
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[1] Samuel Huntington, “The
Clash of Civilizations?,” Foreign Affairs
72, no. 3, (verano 1993): 22. Traducción libre.
[2] El artículo 51 de la
Carta de las Naciones Unidas establece lo siguiente: “ninguna disposición de
esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o
colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas,
hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para
mantener la paz y la seguridad internacionales. Las medidas tomadas por los
Miembros en ejercicio del derecho de legítima defensa serán comunicadas
inmediatamente al Consejo de Seguridad, y no afectarán en manera alguna la
autoridad y responsabilidad del Consejo conforme a la presente Carta para
ejercer en cualquier momento la acción que estime necesaria con el fin de
mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales.”
[3] La invasión a
Afganistán se estudia más detalle en el apartado “El paradójico caso del
Talibán”.
[4] María Cristina
Rosas, “¿Cuánto cambió el mundo después del 11 de septiembre?,” en Terrorismo, democracia y seguridad, coord.
María Cristina Rosas (Distrito Federal: Universidad Nacional Autónoma de
México, 2002), 143.
[5] Mohammed Ayoob, “Political
Islam: Image and Reality,” World Policy
Journal 21, no. 3, (otoño 2004): 1. Traducción libre.
[6] Nazih Ayubi, Political Islam: Religion and Politics in
the Arab World (Londres: Routledge, 1993), 171. Traducción libre.
[7] Ayubi, Political Islam: Religion and Politics,172.
Traducción libre.
[8] La explicación del
surgimiento de Al Qaeda es una paráfrasis extraída del curso del Dr. Moisés
Garduño García, “Medio Oriente”, Instituto Tecnológico Autónomo de México, a 17
de julio de 2013.
[9] Olivier Roy, “Al
Qaeda in the West as a Youth Movement: The Power of a Narrative,” Centre for European Policy Studies: Policy
Briefs 169, (agosto 2008): 7. Traducción libre.
[10] La explicación de la
guerra civil de Líbano es una paráfrasis extraída del curso del Dr. Moisés
Garduño García, “Medio Oriente”, Instituto Tecnológico Autónomo de México, a 15
de julio de 2013.
[11] Ayoob, “Political
Islam: Image and Reality,” 7. Traducción libre.
[12] La presente
explicación acerca de los talibanes es una paráfrasis extraída del curso del
Dr. Moisés Garduño García, “Medio Oriente”, Instituto Tecnológico Autónomo de
México, a 15 de julio de 2013.
[13] Ayoob, “Political
Islam: Image and Reality,” 5. Traducción libre.
[14] Luis Miguel Hinojosa
Martínez, “Irak y Afganistán: una comparación desde el derecho internacional,” ARI de Real Instituto Elcano, (2008): 3.
[15] La lista de FTOs y
los criterios legales para su designación pueden ser consultados accediendo al
siguiente portal: http://www.state.gov/j/ct/rls/other/des/123085.htm.
Consultado el 19 de julio de 2013.
[16] Mary Ellen O’Connell,
“The Myth of Preemptive Self-Defense,” The
American Society of International Law: Task Force Papers, (agosto 2002): 18.
Traducción libre.
[17] Hinojosa Martínez, “Irak
y Afganistán,” 9.
[18] O’Connell, “Preemptive
Self-Defense,” 19. Traducción libre.
[19] Rosas, “¿Cuánto
cambió el mundo?,” 135.
[20] Edward Said, Orientalism (Nueva York: Vintage Books,
1979), 72. Traducción libre.
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