La indignación vuelve a las calles de de Estambul, Sao Paulo y Río de Janeiro. Los manifestantes de cada una de estas ciudades exaltan su reconocimientos al compañero que se encuentra del otro lado del mundo en un claro pacto de solidaridad colectivo.
Es impresionante, y a la vez comprensible, que los efectos de la primavera árabe sigan dando estos destellos de luz en las sociedades contemporáneas. Se habla de la "primavera tropical brasileña", término que más allá de constituirse como un concepto emergente y amarillista, reconoce muy bien la época social en la que nos encontramos y el ambiente de contestación política que impera en gran parte de las sociedades oprimidas y hartas de la corrupción y la opresión de los centros de poder.
El problema tiene que ver con la indignación de la sociedad, la cleptocracia de sus gobernantes y la corrupción de sus clientes. Con la manera de gastar el dinero, la explotación de los trabajadores y los ciudadanos, el desempleo entre los universitarios y la acumulación de recursos en unos cuantos.
Brasil celebrará su mundial en 2014, al menos esos son los planes, y la FIFA se ha puesto del lado del gobierno al decir que el fut bol debe ser una "herramienta para hacer hermandad entre los pueblos" olvidando que hay decenas de prioridades sociales que resolver antes de entrar a ver un partido de fut bol pagando un boleto de 500 dólares.
Entonces, son el abuso, la corrupción la violencia y la repreisón el gran problema, no el futbol. El fut bol es parte de la cultura brasileña y de toda América Latina, y es parte de la forma de interactuar y platicar en el café, la escuela y el hogar, incluso en la política y la diplomacia. Pero ahora, el futbol no es solo un deporte sino uno de los negocios más jugosos en el mundo, no solo por el boletaje y la mercadotecnia sino porque los jugadores profesionales ahora son una mercancía que genera liquidez, fama y fortuna a sus "dueños" y representantes. Este desbordamiento del uso y promoción del deporte hacia estrategias de lucro y corrupción es lo que indigna al manifestante en las calles de Rio, quien pide dinero para hospitales y escuelas, en lugar de grandes campos a los cuales nunc a va a poder entrar. A final de cuentas, el futbol lo pueden jugar en las calles, en los parques y en las canchas del barrio, no es necesario subir los precios del pasaje y matar de hambre a la población a cambio de la realización de una organización lujosa que hable de Brasil de un país que no es. Una potencia no es, las favelas aún nos dicen que Brasil no es el modelo de desarrollo, pero si que puede ser un modelo de contestación para América Latina.
Si analizamos la historia, la primera copa del mundo (1930) se originó en una época de austeridad económica dados los efectos de la crisis de 1929 en Europa. A pesar de la crisis, la celebración del certamen se llevó a cabo bajo las normas de austeridad muy marcadas a favor de la promoción de este deporte cuya fama fue en aumento. Ciertamente se trató de una época de violencia, rebeliones y golpes de Estado donde actores como Ghandi lideraban grandes mobilizaciones en India, Hitler había llegado al poder en Alemania y en Turquía la mujer había alcanzado el derecho al voto.
Hoy, la situación internacional ciertamente no ha mejorado. La crisis económica no desaparece y al contrario, parece aumentar, pero la diferencia con 1930 es que los pueblos se han dado cuenta de que la crisis no es el resultado de sus acciones y /o actitudes frente al sistema y de que se trata del mismo sistema del causante de la mayoría de los problemas. Así, el Movimiento Pase Libre, actual líder de las protestas en Brasil, ha declarado que "están dispuestos a olvidarse del mundial" para que la gente tenga un trabajo digno" lo cual llevaría a pensar que los brasileños tienen el objetivo de manipular a las autoridades para cumplir sus objetivos. Un servidor no cree que sea así. No se trata de un acto de manipulación sino simplemente de aprovechar la presencia de los medios de comunicación para mostrar un grave problema social en Brasil que lleva años, décadas, gestándose y dándo de qué hablar entre pasillos de los barrios y mercados brasileños. El problema no es nuevo, es tan antiguo como el neoliberalismo; pero los repertorios de protesta si que lo son a tal grado de llevar al mundo el mensaje del lado obscuro del futbol brasileño, de aquel que se juega fuera de los estadios avalados por la FIFA.
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