Intelectuales, periódicos
internacionales, políticos de varios países y sobre todo, miles de ciudadanos
egipcios, han hablado sobre la disolución del parlamento de su país a manos de
la Junta Militar como si se tratase de una especie de golpe militar blando.
Y es que la situación puede empeorar
tras las elecciones presidenciales que se disputaron en días pasados donde el
candidato de la hermandad musulmana Mohammed Mursi se ha declarado vencedor con
el 52% de los votos en una segunda vuelta electoral que, por cierto, contó con
muy poca participación de los ciudadanos egipcios a diferencia de la primera
vuelta donde los candidatos progresistas resultaron perdedores al no alcanzar
el mínimo porcentaje para calificar a la segunda ronda.
Pero el problema radica en que el
candidato apoyado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, Ahmed Shafiq,
y quien representa al viejo régimen de Mubarak en Egipto, también se ha
declarado vencedor con el mismo porcentaje que clama su rival de la hermandad
musulmana. Los rumores sobre el fraude electoral entre algunos islamistas no se
han hecho esperar incluso antes del anuncio oficial de la Junta militar, en el
cual esperan, en un ambiente pesimista, que los militares otorguen a Shafiq la
Presidencia de Egipto, expulsando así a los islamistas de todo lo que habían
logrado cosechar en términos políticos en el escenario egipcio. En otras
palabras, el triunfo oficial de Ahmed Shafiq en Egipto significaría que la
revolución de Tahrir, el día de la ira, la marcha millonaria y la serie de
espacios de expresión que surgieron tras las manifestaciones vistas en varios
medios de comunicación del mundo no hayan servido para nada.
Sin embargo hay opiniones
encontradas. El hecho de que los islamistas estén "al tú por tú" con
el gremio militar egipcio en la arena política nacional puede ser visto como
una semilla de democracia que haya sido producto de la propia revolución. En
anteriores episodios revolucionarios esto no habría podido verse (se puede
recordar el caso de Irán donde jamás se vio a Jomeyni negociar con el ejército
imperial una transición hacia un nuevo estado iraní tal como se ve hoy en
Egipto) por lo que, en efecto, los tiempos son otros y probablemente nada
vuelva a ser como antes en la región. Un argumento a favor de esta perspectiva,
es la posible negociación que se pueda dar entre los militares y los islamistas
donde estos últimos puedan ostentar la Presidencia que dicen haber ganado y
dejar manos libres en el parlamento a los militares para tener un balance de
poder político en el país. Este es el escenario más deseable para Estados
Unidos.
Mientras tanto, el día de hoy y ante
la auto proclamación de Shafiq como ganador de la presidencia, miles de
egipcios han regresado a Tahrir para demostrar su rechazo contra dicha acción y
contra lo que ellos creen se trata de una maniobra militar para monopolizar el
poder en el país, ilegalizar los partidos políticos y volver a los tiempos de
persecución, represión y falta de libertades como en los tiempos del viejo
régimen, pero con la ausencia de Mubarak.
Y es que los hermanos musulmanes,
principal fuerza política beneficiada de la revolución egipcia, pueden pasar de
la noche a la mañana de tener la mayoría en el Parlamento, una voz en la
comisión constitucional encargada de redactar las nuevas leyes nacionales y de
tener las posibilidades más altas por primera vez en la historia de que un
presidente egipcio de corte islamista ganara las elecciones de su país, a
simplemente quedar fuera de toda institución política y quedarse
simplemente con nada.
Así se torna el tenso escenario en el
que Egipto se mueve tras la revolución y tras las elecciones presidenciales. El
enfrentamiento entre los militares y los islamistas puede ocasionar un gobierno
consensuado y equilibrado entre estas dos fuerzas, o bien, un nuevo monopolio
del poder a cargo de quienes ostentan el uso "legítimo" de la
violencia en el Estado y que, casualmente, intentan establecerse por encima de
las leyes a las que ellos mismos deben estar sujetos.
Lo que es verdad es que la transición
a la democracia en Egipto no ha culminado. No se puede hablar de un éxito o un
fracaso de la revolución, sino más bien de un nivel en el que los actores
políticos con más fuerza en el Estado están tratando de mantener sus cuotas de
poder a como dé lugar.
Otra cosa también es verdad. Dada la
gran cantidad de votantes que llevaron a la hermandad musulmana a ganar la
mayoría en el hoy disuelto Parlamento egipcio, y el gran apoyo de Mursi por su
voto duro en las provincias del país, es muy probable que el candidato
islamista haya conseguido la victoria en la presidencia egipcia por lo que la
única forma en la que el candidato de la Junta militar puede ganar dicho puesto
es solamente el fraude electoral o la fuerza represiva de las armas, ambos
escenarios indeseables en aquel país árabe pero que, desafortunadamente, deben
ser tomados en cuenta.
Si lo peor para los islamistas pasa y
Shafiq es anunciado ganador de las presidenciales, debemos prepararnos para ver
un regreso de la gente a la plaza de Tahrir para continuar la revolución con
nuevos matices y conductas no solo entre los islamistas y los progresistas,
sino también y de manera más clara, entre los militares.
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