María Cecilia Sánchez Sandoval ha elaborado un trabajo sublime sobre el ejército egipcio, haciéndonos un recuento de su historia para entender su papel actual en el Estado egipcio. Aquí les dejamos el documento que vale muchísimo la pena leer antes de voltear a ver de nuevo las noticias sobre Egipto.
Introducción
El
Ejército Egipcio ha tomado, desde la época del naserismo, un papel muy
importante en la configuración política del país. Como la institución más
fuerte en Egipto, además de las funciones esperadas por parte de un ejército
convencional, ha tomado bajo su cargo en los últimos 50 años funciones que
usualmente pertenecen al Estado o a la inversión privada. Frente a un
movimiento inusual y revolucionario como el de la Primavera Árabe, el ejército
ha podido capitalizar el poder político construido a través de los años, para convertirse en el principal actor
político y económico de Egipto. En este trabajo, se hará hincapié en que la
apropiación de características de Estado por parte del ejército ha sido posible
gracias a su posición como la institución más fuerte, eficiente e influyente
del país.
Ante los hechos recientes de la
Primavera Árabe en el 2011, y la “segunda ola” revolucionaria acaecida en el
2013, la comprensión del poder castrense en Egipto toma una importancia central
tanto para académicos como para tomadores de decisiones. Desde el punto de
vista académico, un estudio acerca del poder del ejército egipcio contribuye a
los análisis actuales acerca del papel que ha desempeñado, y desempeñará, el
ejército Egipcio tras la Primavera Árabe. Aporta además información acerca de
las características y desarrollo de gobiernos militares en Medio Oriente y
América Latina durante la segunda mitad del siglo XX.
En el caso de los tomadores de
decisiones, el presente estudio puede aportar información que se agregue, como
un factor de decisión, al debate en torno a la caracterización de los
acontecimientos recientes como golpe de Estado o como transición democrática, y
al debate acerca de la continuidad en el apoyo económico recibido por el
ejército egipcio. La investigación pretende también advertir acerca de las
consecuencias, tanto positivas como negativas, de fundamentar el poder político
en el ejército. Finalmente, este trabajo podría ser útil para aquellos que
participan en los movimientos sociales en Egipto, como una monografía del actor
político con el que interactúan.
Para cumplir con el objetivo de
analizar la singular posición del ejército egipcio, es necesario conocer cuál
ha sido su relación con el poder a partir del final de la monarquía egipcia. En
el apartado “Del Naserismo a la Primavera Árabe” se hará un recuento de la
historia del ejército desde la revolución en 1952 con la que Gamal Abdel Nasser
llegó al poder, hasta la deposición de Hosni Mubarak en el 2011 y el periodo de
gobierno militar.
En el apartado siguiente, “El ejército
como institución clave en Egipto” se analizará la posición de poder tomada por
el ejército en el 2011, y las condiciones que permitieron esta singular acción.
Es en esta sección en la que se desarrollará con mayor detenimiento la
hipótesis del acceso al poder político por parte del ejército como resultado de
una falta de capacidad por parte del Estado para atender las demandas de la
población.
El presente estudio tiene un enfoque
particularmente histórico debido a su interés en encontrar en el desarrollo de
la historia castrense de Egipto, la explicación a la actual situación del
ejército en relación con el poder. Los datos son primordialmente cualitativos,
y el caso es visto como crítico, debido a la relevancia que la posición del
ejército ha tomado en los últimos años. La mayor parte de las fuentes de
información empleadas son secundarias: ensayos académicos acerca del tema,
libros sobre la historia de Egipto y estudios militares efectuados por
especialistas extranjeros.
Del
Naserismo a la Primavera Árabe
Frente
a la dominación colonial de Egipto, surgieron dos proyectos: el nacionalismo
egipcio y el islamismo. El nacionalismo egipcio se manifestó en la creación de
partidos políticos pro nacionalistas y periódicos usados como propaganda. Uno
de estos partidos, el Wafd, fue fundado en 1983 y fungió como principal fuerza
opositora a occidente. El ala armada de este partido, el Movimiento de
Oficiales Libres fundado tras la derrota frente a Israel en 1948, acabó por
tomar posiciones enfrentadas al propio partido.
En 1951, el Wafd gobernaba el país “con
un programa demasiado débil para aquellos momentos políticos tan delicados” (Azaola 2008) Esto, aunado a la
debilidad de la burguesía nacional egipcia y al descontento nacional frente al
constante dominio inglés y francés, llevaron a que “el ejército apareciera como
la única fuerza organizada ‘capaz de emprender acción decisiva’, tal y como lo
señala Gamal Abd al-Naser en su texto base Filosofía
de la Revolución” (Azaola 2008).
Las consecuencias fueron un levantamiento en contra de la presencia británica
en Suez, y finalmente, el incendio de El Cairo, que precipitó el golpe militar
del 23 de julio de 1952.
El golpe militar acabó con el reinado
de Faruk II, que fue exiliado a Italia, marcando el final del gobierno monárquico que había sido
impuesto por ingleses y franceses. El
nuevo gobierno, con Muhammad Naguib como presidente, no fue monolítico. Al
interior, tanto Naguib como Gamal Abdel Nasser y Abdul Hakim Amer jugaban con
extrañas relaciones de poder, en las que Naguib era titular, Nasser el ideólogo
y líder carismático, y Amer contaba con todo el apoyo militar. Este juego de
poder determinaría, poco a poco, la posición del ejército dentro del gobierno
egipcio.
En 1954, Nasser toma el poder,
erigiéndose como Presidente de Egipto, y nombrando a Amer como comandante en
jefe del ejército. En esta época, el poder político del ejército fue en
aumento. Durante la presidencia de Nasser, el porcentaje de oficiales militares
en el gabinete presidencial fluctuó entre el 32% y el 65% (Tusa 1989). Había además un
interés en mostrar al ejército egipcio como moderno y poderoso después de la
guerra fallida en contra de Israel en 1948, y de la derrota frente a Israel,
Francia y Gran Bretaña en la disputa por el Canal de Suez en 1956. Esto, aunado
al fracaso del recién terminado proyecto de unión con Siria, llevó a Egipto a
involucrarse en los conflictos civiles de Yemen en 1962.
Las armas utilizadas en este conflicto
provenían de la Unión Soviética. En plena época de la Guerra Fría, Egipto
también entró en el juego de influencias entre Estados Unidos y la
superpotencia comunista. A pesar del discurso de Nasser en contra de una
alineación, y de su participación en las conferencias de Bandung, era necesario
tener una milicia fuerte para poder enfrentarse a Israel, y consolidarse como
nación libre e independiente. Puesto que no había esperanzas de recibir ayuda
por parte de los países occidentales, en 1955 se firma el tratado
checo-egipcio, con el que Egipto obtendría armas soviéticas para mejorar su
tecnología (Sierra Kobeh 2008). Fue así que comenzó el proceso de
fortalecimiento del ejército.
No obstante este proceso, y a pesar de
la tecnología y el entrenamiento soviético, Egipto tuvo serios problemas
durante su intervención en Yemen. Hacia 1967, la derrota frente a Israel en
1967 y en 1969 hizo obvia la falta de efectividad del ejército egipcio. 12 mil
egipcios murieron, y el 80% del armamento terrestre y aéreo fue destrozado (Sierra Kobeh
2008).
Con todo y los resultados desalentadores, la Guerra de los Seis Días llevó a
una mayor inversión en el ejército como un intento de prevenir nuevas derrotas.
Paradójicamente, mientras el poder político de la cúpula militar egipcia
aumentaba, por efecto de su importancia en la política exterior del país, y de
la inversión recibida, su efectividad militar se veía gravemente disminuida. (Hashim 2013)
Pero no fue la inversión económica la
única responsable del crecimiento e el poder político del ejército. La
intervención en la guerra civil de Yemen había ya favorecido enormemente a la
cúpula del ejército, creando una división muy profunda en lo que ya se
perfilaba como un “estado dentro de un estado” (Hashim 2013).
A la muerte de Nasser, el ejército no encajaba en clase social alguna y se
encontraba polarizado al interior, pero claramente diferenciado del resto de la
población. El ejército egipcio, en plena crisis, era la institución más
importante del país.
A la muerte de Nasser, el
vicepresidente Anwar el-Sadat, recibió la presidencia en medio de un ambiente tenso
tanto al interior como al exterior. Aunque Nasser, a diferencia del resto de
los mandatarios del movimiento árabe, había logrado conservar su posición como
gobernante, no había conseguido evitar la división al interior del ejército (Sierra Kobeh
2008).
Esta división se hizo evidente en la oposición entre Sadat y Ali Sabri,
vicepresidente de la Unión Socialiasta Árabe (USA), poniendo al recién llegado
presidente en una situación difícil. Las
diferencias ideológicas entre ambos parecían irreconciliables. Mientras que
Sadat consideraba que el rumbo a seguir era el desmantelamiento progresivo del naserismo,
Ali Sabri era un férreo defensor de las políticas socialistas y de
nacionalización emprendidas por Nasser en los años 60 (Azaola 2008). Sadat emprendió
entonces la tarea de cambiar a los líderes del ejército y a los del partido
único, en lo que llamó la “Revolución correctiva” o “Segunda Revolución”,
despejando así el camino para llevar a cabo su proyecto económico y
diplomático. El Ejército, a pesar del poder adquirido hasta entonces, estaba
demasiado dividido como para presentar una resistencia importante a estas medidas,
y Sadat supo capitalizar su apoyo entre ciertos sectores de la milicia.
Ante la negativa soviética de apoyo
para iniciar una guerra de recuperación de la península del Sinaí, Sadat rompió
en 1972 el tratado de amistad con la URSS, y consiguió la salida de los
técnicos soviéticos en Egipto (Golan 2007). La nueva política
exterior estaba orientada hacia países como Arabia Saudí, Jordania y Siria (Azaola 2008) siendo Siria aliado
de Egipto durante la guerra del Yom Kipur en 1973. El resultado de esta guerra es incierto, y su
negociación lo es aún más. Suele afirmarse que durante toda la guerra, hubo
“intensa actividad diplomática” por parte de las dos superpotencias de la
Guerra Fría (Azaola 2008)
aunque hay autores que sostienen que fue sólo hasta el final de esta guerra
cuando la intervención de Henry A. Kissinger como Secretario de Estado
americano, en base a la resolución 338 del Consejo de Seguridad de la ONU fue
relevante. (Ashton 2007)
Este nuevo enfrentamiento, complejo
por la cantidad de intereses involucrados, contribuyó también a la formación
del ejército egipcio. La negociación de la paz con Israel, el rompimiento de
relaciones con la Unión Soviética, y el aparente acercamiento con las potencias
de occidente no fueron bien recibidas por todos los oficiales al interior del
ejército. Mantener el poder mientras se realizaban cambios tan profundos en la política
exterior del gobierno egipcio requirió un fuerte de Sadat sobre el poder
político de los oficiales. Para esto, el presidente se valió de una combinación
de maniobras políticas de división al interior del ejército y de franca
destitución de aquellos oficiales que pudieran erigirse como rivales. Muestra
de ello son los casos del comandante en jefe y el jefe de reclutamiento. Justo
antes de la guerra de 1973, el comandante en jefe del ejército era el General
Ismail, que carecía de ambiciones políticas y obedecía al pie de la letra el
mandato de Sadat, y el Jefe de Reclutamiento, Saad al-Shazli, había sido
reemplazado por Abd al-Ghani Gamasy, seguidor de Sadat. Era ya obvio que la
supervivencia política dependía de la lealtad mostrada hacia el presidente
egipcio (Hashim 2013).
Con el discurso del triunfo parcial en
la guerra de 1973 vino una época de euforia que duró poco. Los costos del
enfrentamiento habían sumergido a la economía egipcia en una peligrosa espiral
de deuda, estancamiento e inflación que hacían difícil sostener el programa
socialista inciado por Nasser. Ya con mayor firmeza en el poder, Sadat inició
el proceso de desmantelamiento progresivo del socialiso y el panarabismo naseristas conocido como la Infitah, Puertas
Abiertas.
La Infitah era un programa que
involucraba cambios en la política interior y exterior del país. A nivel
exterior, buscaba un acercamiento con Estados Unidos, mientras que al interior
promovía una economía liberal y abierta a la inversión extranjera. El primero
de estos dos objetivos se vio favorecido desde la restauración de las
relaciones diplomáticas entre El Cairo y Egipto tras la guerra de octubre de
1973, seguida por una serie de acercamientos entre Egipto e Israel que
desembocarían en las negociaciones acerca de la desocupación de la península
del Sinaí, y el dominio sobre el Canal de Suez. A nivel interior, Sadat declaró
el fin de las nacionalizaciones, el sometimiento de la economía egipcia a las
leyes del mercado, y la apertura a las inversiones extranjeras. Todo esto con
el objetivo de reanimar una economía golpeada por la guerra (Azaola 2008).
De acuerdo con el plan trazado por el
FMI, era necesario que se retiraran las subvenciones a un grupo importante de
productos de primera necesidad. Las protestas por parte de la gente de a pie
ante estas medidas no se hicieron esperar. Cuando las medidas afectaron a los
subsidios en el arroz, el azúcar y el gas, se desataron olas de protestas
encabezadas por estudiantes, obreros, y las clases más bajas de las ciudades.
Las protestas de enero de 1977 alcanzaron tal nivel de violencia que fue claro
que la policía no era capaz de contener los disturbios. Así las cosas, Sadat
declaró ley marcial y ordenó a Gamasy que interviniera con el Ejército. No
obstante, el pacto establecido en 1973 prohibía el uso de la fuerza militar en
contra de los civiles. Gamasy se negó entonces a intervenir a menos que Sadat
volviera a subsidiar los productos básicos. Sadat, sabiendo lo inestable de su
posición, cedió ante la petición del ejército (Hashim 2013).
No obstante, pasada la crisis, implementó medidas fuertemente coercitivas en contra
de movimientos opuestos al gobierno.
La aparente fuerza política del
ejército al enfrentarse así al presidente respondía al antagonismo existente
entre Sadat y la milicia tras la ruptura de relaciones con la Unión Soviética.
Roto el tratado de amistad y cooperación, el ejército egipcio había perdido su
fuente de armas, tecnología y entrenamiento. Era una preocupación fundamental
de los oficiales el que, si llegara a darse un nuevo enfrentamiento con Israel,
serían vencidos por falta del equipo necesario (Hashim 2013).
La falta de un aliado militar intentó solucionarse buscando apoyo de naciones
como Alemania y Yugoslavia, pero las armas conseguidas no podían compararse con
el flujo armamentista que hasta entonces había recibido Egipto de parte de los
soviéticos (Azaola 2008).
La solución llegó desde el que hasta entonces había sido enemigo egipcio.
Entre el 5 y el 17 de septiembre de 1978,
se llevó a cabo la reunión, en Camp David, del presidente egipcio Sadat y el
primer ministro israelí Menahem Begin, en la que se negociaron las condiciones
bajo las cuales se haría la paz entre ambos países. El presidente Sadat acudió
a la reunión con el apoyo de un ejército que, aunque renuente a tener tratos con
Israel y con Estados Unidos, se sabía muy débil y prefería no entrar en una
lucha. Resultado de la firma de la paz en marzo de 1979 fue el compromiso
estadounidense de otorgar 5000 millones de dólares cada año a ambos países,
para contribuir al proceso de paz (Azaola 2008). A cambio de esto, Egipto, que se había
erigido como principal opositor al establecimiento de un Estado Israelí en
territorio palestino, fue, paradójicamente, el primer país árabe en reconocer
oficialmente a Israel.
Las armas estadounidenses tardaron en
llegar, y los oficiales egipcios protestaron al respecto. Las protestas
militares, no obstante, eran menos preocupantes para Sadat que el movimiento
islamista que se estaba gestando al interior de Egipto. Fueron las fuerzas
islamistas, fuertemente reprimidas por Sadat, las que lo asesinaron en 1981,
por considerarlo traidor tras el reconocimiento israelí. A su muerte, Hosni
Mubarak, ex oficial de la Fuerza Aérea y vicepresidente desde 1975, asumió el
poder después de un corto periodo de transición ejercido por Sufi Abu Taleb.
A pesar de que la sucesión se daba
tras asesinato del presidente, el país no entró en caos. El ejército asumió con
prontitud el control de las calles y suplió rápidamente a aquellos que
perecieron en el ataque (Cook 2011).
La llegada de Mubarak al poder se vio envuelta en las consecuencias del
asesinato del anterior presidente a manos de islamistas radicales. Si bien
Mubarak no debió consolidar su poder frente a adversarios políticos
importantes, sí que debió implementar fuertes medidas para asegurarse de que la
milicia no estuviera infiltrada por islamistas.
Los islamistas habían ya conseguido adeptos
entre los rangos más bajos del ejército. Provenientes de los estratos sociales
más pobres de Egipto, los soldados eran fáciles de convencer por el discurso
radical. Después de las reformas económicas emprendidas por Sadat, y tras su
regreso de la guerra con Israel, muchos soldados se encontraron con salarios muy
bajos en una economía que exigía solvencia económica. Esto, aunado a una
disciplina fácilmente redirigida, y a la falta de educación, los convertía en
blancos perfectos para los esfuerzos islamistas (A. Hashim
2013).
Se implementaron entonces programas de educación para contrarrestar el
analfabetismo, y nuevos sistemas de incentivos y pagos.
Entre 1981 y 1987, el segundo hombre
más poderoso en Egipto era Abu Ghazala, ministro de defensa de Mubarak. El
poder político y el reconocimiento a nivel internacional que consiguió
ejerciendo su cargo antagonizaban el poder de Mubarak, quien decidió relevarlo
como ministro en lo que sería el principio de un nuevo intento presidencial por
mantener a la élite militar fuera del poder político. A cambio de esto, Mubarak
permitió al ejército ampliar aún más el poder económico resultante de las
industrias bajo dominio militar (A. Hashim
2013).
Es bajo el gobierno de Mubarak que el ejército se involucra no sólo en industrias
armamentistas, sino incluso en productoras de alimentos y de electrodomésticos.
A cambo de dejar su participación en la política, y como medida para asegurar
su régimen, Mubarak ofreció al ejército el control sobre
una gran variedad de empresas, convirtiéndolo en el principal actor económico
del país.
El control del ejército sobre empresas
separadas de lo estrictamente necesario para la milicia no era algo nuevo en
Egipto. Ya desde 1970, cuando la economía egipcia estaba sumida en el caos, el
ejército había sido elegido para dirigir empresas que producían bienes para el
consumo civil. Bajo los auspicios de la Organización Nacional de la Producción
(NSPO por sus siglas en inglés), un gran número de empresas fueron confiadas a
la disciplina de la organización militar (Gotowicki 1994). Sin embargo, no fue sino hasta el
gobierno de Mubarak que el ejército gozó de verdadera libertad para aprovechar
las ganancias creadas por estas empresas.
Durante los años noventa, la
insurgencia islamista se volvió aún más virulenta. Especialmente en las partes
más pobres del país, los movimientos islamistas estaban creando un verdadero
estado de caos. Sorpresivamente, no fue el ejército el encargado de hacer
frente a este problema. Fiel a la posición que había tomado desde 1977, el
ejército se mostraba renuente a participar en actos en contra de su población.
Esta característica es definitoria del ejército egipcio, en el que una gran
parte de sus soldados se identifican más con el pueblo que con el Estado.
Además, no estaba en el interés de Mubarak el exponer a un ejército que
probablemente estaba, en sus bases, más a favor del movimiento islamista que
del propio Mubarak. La respuesta al problema fue entonces la creación de un
órgano independiente y altamente represivo, encargado de acabar con los
movimientos islamistas, y una orden al cuerpo policíaco, siempre fiel a
Mubarak, de tomar medidas más radicales si eran necesarias.
A la entrada del siglo XXI, el principal
problema de Mubarak no era ya el islamismo, sino su deseo de continuar al mando
de un país ya profundamente polarizado. Enfermo, y después de haberse reelecto
varias veces, había fuertes indicios de que, al terminar su mandato en el 2011,
intentaría que su hijo fuera nombrado sucesor suyo. El ejército estaba
totalmente en contra de Gamal, hijo de Mubarak, y lo expresó así en repetidas
ocasiones (Cambanis 2010), aunque también estaba consciente de
que un cambio de gobierno podría quitarles los privilegios que habían adquirido
mientras Mubarak estaba a cargo.
El escenario político de Egipto dio un
vuelco cuando, el 25 de enero de 2011, los egipcios, animados en parte por el
triunfo de la revolución pacífica en Túnez, tomaron las calles de El Cairo y
Alejandría, consiguiendo deponer a Mubarak. En este sentido, el ejército jugó
un papel central, aún cuando no usó la fuerza. En una revolución, las acciones
del ejército son decisivas, sean éstas actuar en contra de la población,
declarar neutralidad, o francamente apoyar al movimiento (Chorley 1943).
En el Egipto del 2011, el ejército tomó una posición neutral en un
inicio, y más tarde se declaró abiertamente a favor de la deposición de
Mubarak.
La Primavera Árabe en Egipto inició
una nueva época, en la que el ejército, como actor político fundamental de este
país desde el golpe de estado de 1952, jugó un papel clave, desempeñándose como
la institución más eficiente para enfrentar una crisis social y política como
la acontecida en el 2011. Pero ¿cuáles son los factores que permitieron el paso
de un simple ejército al liderazgo, durante un año, de un país completo?
El Ejército como institución clave en Egipto
De acuerdo al teniente coronel estadounidense Stephen H.
Gotowicki, “se espera que las organizaciones militares tengan una estructura
organizacional suficientemente capaz de conducir los asuntos de un Estado,
manejar proyectos nacionales, y resolver el caos político.” (Gotowicki
1994)
En el caso de Egipto en particular, es claro que el ejército no sólo tiene la
estructura suficiente para cumplir con estas funciones, sino que las ha
cumplido ya al menos en una ocasión. Esta fuerza política del ejército egipcio
tiene sus orígenes, como se ha explicado en el apartado anterior, en una
historia de casi sesenta años, en la que el ejército fue adquiriendo poder
político y económico en el país.
La principal
causa de esto, es la vulnerabilidad de los gobiernos que subieron al poder
durante este periodo. Si bien es cierto que tanto Nasser como Sadat y Mubarak
ejercieron un fuerte presidencialismo, también es cierto que los conflictos
tanto al interior como al exterior del país ponían en jaque a los tres
gobiernos. Ante amenazas como el conflicto permanente entre el mundo árabe, y
más tarde la fuerza del movimiento islamista, la respuesta de los tres
gobernantes fue fortalecer al ejército. De esta forma, ya desde 1967 era
notorio que, “tras la derrota árabe, el Ejército parecía ser la única fuerza capaz
de ofrecer una alternativa organizada a la situación que se vivía en Egipto” (Azaola 2008).
Una
característica particularmente notoria de este apoyo en el ejército es que, a
pesar de que Egipto posee el segundo ejército más fuerte en el Medio Oriente,
éste no haya sido empleado en contra de la población en épocas de conflicto,
como ha sido el caso en muchos otros gobiernos fundamentados en el poderío
militar. Una posible explicación a esto es la identificación existente entre
los mandos bajos del ejército, y las clases bajas dentro de la población. Sin
embargo, ante una amenaza tan grave al sistema bajo el cual se habían regido
durante tantos años, ¿cómo es que el ejército en el 2011 prefirió deponer a
Mubarak, que tantas concesiones económicas les había dado?
Es importante
recordar que el proyecto de Mubarak era dejar el poder a su hijo Gamal, quien,
alejado de la tradición militar de su padre, era visto con recelo por parte del
ejército. Cuando las protestas llegaron a las calles, el ejército debió elegir
entre apoyar una sucesión dudosa, o capitalizar su fama entre la población como
la institución “menos corrupta y más eficiente” (Cambanis 2010), presente durante tiempos de crisis. Y
es que Gamal podría traer consigo amenazas serias para los negocios militares.
Acompañado de jóvenes empresarios no militares, el ejército leía en su proyecto
de gobierno una fuerte amenaza de ser desplazado. La decisión del ejército fue
sacrificar a una parte de sí mismo (Mubarak y sus seguidores) para salvar al
resto de sí mismo (Al-Azm 2011).
Y ocurrió entonces que, paradójicamente, el ejército que había sido financiado
por los Estados Unidos para patrullar el área de Medio Oriente, se volvió pieza
clave en la deposición de un dictador que hasta ahora se había mantenido en
relaciones estables con esta potencia. (Dabashi 2012)
Fue entonces como
el lugar que el ejército había ocupado ante el vacío de poder generado por un
Estado ocupado en consolidar su poder acabó rindiendo frutos cuando el ejército
verdaderamente asumió el control del gobierno durante un año completo. Mubarak
no tuvo el apoyo del ejército frente al pueblo porque tanto él como Nasser y Sadat
habían fomentado una institución bastante independiente con respecto al
presidente, que contaba además con legitimidad frente al pueblo. Un ejército
con el poder suficiente para construir y controlar una carretera desde El Cairo
hasta el Mar Rojo, manufacturar estufas y refrigeradores para exportación, y
producir incluso aceite de oliva y agua embotellada además de sostener sus
funciones como ejército implica una institución de poder inmenso. Institución,
además, cercana al pueblo. Cuando los hubo protestas causadas por la falta de
pan en el 2008, fue el ejército, desde sus propias panaderías, el encargado de
repartir pan a toda la población (Cambanis 2010).
Una vez entregado el poder
a la Hermandad Musulmana tras las elecciones en el 2012, el ejército ganó
además legitimidad como respetuoso de la democracia. Sin embargo, entregar el
poder no es siempre algo tan sencillo. En el 2013, ante las nuevas protestas en
contra del gobierno de Mursi, miembro de la otra institución importante de
Egipto, el ejército vio la oportunidad de recuperar el poder cedido en el 2012.
La deposición de
Mursi colocó de nuevo al ejército al frente de Egipto, iniciando un fuerte
enfrentamiento entre este “nuevo orden” y el gobierno anterior, que representaba
los intereses de la Hermandad Musulmana. “Este
enfrentamiento se trata de un canibalismo que tiene su origen en el estado
colonial donde ambos actores nacieron como supuestos movimientos contestatarios
“al dominio imperialista europeo”. Unos proclamaron lealtad a la nación y otros
al Islam, diciendo que en esas ideologías el pueblo egipcio conseguiría la
liberación tan anhelada de la intromisión de estructuras coloniales,” (Garduño 2013) cerrando así un
círculo en el que, una vez más, los enfrentamientos tiene su raíz en el pasado
colonial de Egipto.
No es posible saber en este momento
cuál será el desenlace de la crisis que atraviesa Egipto. Sin embargo, es
posible notar cómo la falta de atención por parte de un Estado hacia las
demandas sociales de su población, y la creación de una institución fuerte e
independiente son dos factores que, combinados, pueden llevar a un
desplazamiento del Estado por parte del “estado dentro del estado” creado.
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