A finales de septiembre del año 2000, se dio inicio a una ola de violencia entre palestinos e israelíes que se conoció como la "Intifada al-Aqsa" o, en la prensa internacional y de manera simple como "la Segunda Intifada". En ese mismo mes, Ariel Sharón visitó el Haram al Sharif, una explanada sagrada para judíos y musulmanes por igual, a la que entró con "el permiso del jefe de seguridad israelí en Cisjordania", lo que fue visto por los palestinos como una provocación a su identidad y territorialidad sobre el lugar. De hecho, en el discurso de Sharon aquella vez, se encontraron las palabras "El haram al Sahrif ha estado en nuestras manos, y permanecerá en nuestras manos por siempre", ante lo cual las consignas palestinas no se dejaron esperar, y escaparon al viento eslóganes como "fuera Israel y la ocupación" y "No a Oslo".
Ante las protestas y repulsión de la presencia de Sharon en el lugar, las fuerzas israelíes comenzaron a disparar a sangre fría asesinando a miles de palestinos, comenzando así la violencia que mezcló a facciones armadas palestinas e israelíes con población civil, en su mayoría, de origen palestino.
La represión a las protestas, por otro lado, combinó la guerra abierta y la masacre contra palestinos con el asesinato selectivo a líderes de la oposición política, principalmente de movimientos armados considerados "peligrosos" para los intereses israelíes tal como las milicias tamzim, en algún momento críticos tanto de la ocupación israelí como de las posiciones diplomáticas del entonces líder palestino Yasser Arafat. Si bien este descontento fue totalmente reprimido por las fuerzas israelíes, los palestinos demostraron su desconocimiento a los Acuerdos de Oslo como marco para alcanzar la paz, y dejaron claro que había cientos de inconsistencias y asimetrías sociales, económicas y de seguridad provenientes de dicho documento.
Hoy en día, ante la visita que el presidente estadounidense planea hacer a Israel en este mes de marzo, las protestas contra las intenciones de Obama por visitar Jerusalem no se han dejado esperar. Diversos líderes tanto de Hamás como de al Fatah han advertido sobre las consecuencias políticas y diplomáticas que una eventual visita de Obama a Jerusalem podría causar, sobre todo si el Presidente cuenta con permisos o acompañantes israelíes para su acto político. Este hipotético acto ha sido visto con recelo por su presunta intención de "israelízar" Jerusalem y de legitimar el régimen de represión que sufren los palestinos no solo en aquella zona sino también, y con más desgracia, dentro de las cárceles israelíes.
Tradicionalmente, los palestinos han negado la posibilidad de establecer una representación diplomática de Estados Unidos en su tierra por la complicidad de este país en el suministro de armas y dinero al ejército sionista. En palabras de Salah Bardawil, uno de los líderes del movimiento de Hamas y miembro del Consejo Legislativo palestino: "no es posible que Obama quiera ir a tierra santa y entrar al lado de matones israelíes cuidándole las espaldas, esto sería el desastre más grande en la historia de las relaciones políticas entre palestinos y estadounidenses".
Para evitar una crisis del tamaño de la Intifada al Aqsa, Obama deberá pensar muy bien su itinerario antes de decidir hacer una vista a Al Quds. Y si en determinado momento planea realizar dicha visita, es seguro que solo será bienvenido si va a juzgar públicamente a Israel por su política de asentamientos y asesinatos selectivos contra palestinos civiles, a pesar de un supuesto cese al fuego entre los sionistas y el movimiento de Hamas que entró en vigor en noviembre de 2012.
De lo contrario, espero equivocarme, ante las huelgas de hambre masivas por parte de prisioneros palestinos en cárceles israelíes, el avance de los asentamientos en Jerusalem, y la pobreza extrema en la que se encuentra Gaza (aunado al desempleo en Cisjordania), la visita de Obama con personal israelí no haría más que aportar la gota que derrame el vaso para una nueva intifada en Cisjordania, la cual, como ocurrió hace más de diez años, fue originada en las mismas cárceles israelíes por palestinos que estaban en contra de la visita de Sharon a Al Aqsa, y en contra de los Acuerdos de Oslo y sus efectos para la población palestina.
Sin embargo, ante la primavera árabe, dudo que una nueva Intifada pueda ser igual a la Intifada al Aqsa, por lo menos del lado palestino. Los medios de protesta han cambiado y seguramente pueden esperarse manifestaciones pacíficas al estilo de lo que se ha visto en Túnez, Egipto, Libia y Siria, esto antes de la intromisión tanto de islamistas como de potencias extranjeras. Una combinación de eslóganes como "ashab yurid inha al iqtisam, ashab yurid inha al lihtlal" (el pueblo quiere el fin de la división, el pueblo quiere el fin de la ocupación) podrán escucharse con más fuerza tal como las huelgas de hambre de palestinos han logrado pasar los muros de las cárceles que les deshumanizan día a día. En este tenor, un nuevo levantamiento palestino estaría más cerca de una "primavera palestina" más que de una "tercera intifada". Por lo menos este escenario no daría pie a la justificación de una represión atroz como la de hace trece años, sin embargo, si bien los métodos de protesta han cambiado, los métodos de represión y cinismo no lo han hecho tanto.
De igual modo, ante el proceso de conciliación intra palestina y el establecimiento de un Estado Palestino no reconocido ante la ONU, una intifada violenta no caería mal a la política israelí la cual podría justificar su ausencia en una mesa de negociaciones por "cuestiones de seguridad", tal como lo ha venido haciendo en los últimos cincuenta años.
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