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jueves, 16 de febrero de 2012

Líbano e Iraq en el marco de la primavera árabe

Los casos de Líbano e Iraq aparecen como focos de atención por muchos otros problemas que tienen poco que ver con la Primavera Árabe, por ahora. Ambas son sociedades desgastadas por las intervenciones militares de países externos y por los conflictos internos que de aquellas han devenido, con una fuerte intervención de Irán y Estados Unidos entre las élites políticas de sus gobiernos,  movimientos armados que se disuaden uno al otro y  un agregado confesional que se impregna en las relaciones políticas de las poblaciones de ambos países respectivamente. Aquí algunas reflexiones sobre Líbano e Iraq en el marco de la Primavera Árabe.

En el caso de Líbano, se trata de una sociedad que ha arrastrado una cruda y sangrienta guerra civil desde los años setenta y que terminó oficialmente hasta hace apenas unos veinte años con un saldo estimado en 400 000 víctimas, unas 350 000 desplazadas y cerca de 1 millón de emigrantes a lo largo del mundo. A esto se le debe sumar la ocupación israelí en los años ochenta, la contraofensiva de Hezbollah a principios de los años noventa, la operación "Uvas de Ira" y la masacre de Qana en 1996, la pugna entre el gobierno libanés y el Hezbollah por el financiamiento de Irán a dicha organización, la crisis política tras el asesinato de Rafiq Hariri en 2005 y la guerra de Hezbollah e Israel en 2006 que terminó con una humillante salida del ejército israelí y un fortalecimiento moral y político de la organización islamista hoy convertida en partido político. 

Todos estos factores han causado en la sociedad libanesa una fatiga psicológica que lo último que ha pensado es en hacer una nueva revuelta al estilo del resto de los países árabes vecinos. Los esfuerzos de la población en los últimos cinco años se han basado en buscar una buen gobierno después de poco más de quince años de guerra civil y tensiones políticas entre sus élites, a la par de seguir adelante con los programas de educación universitaria y la búsqueda de trabajo en el extranjero. 

Sin embargo, es verdad que la población joven de Líbano tiene demandas que hacer oír a su gobierno compuesto de múltiples alianzas que traspasan las fronteras de su sistema multi confesional, es decir, el rechazo a vivir en guetos. A nadie le gusta vivir en getos, ya el acuerdo de Reconciliación Nacional de Taif en 1989 con el que terminó oficialmente la guerra civil había comenzado a sentar las bases de la abolición del sectarismo como una prioridad nacional, sin embargo, ese acuerdo de hace dos décadas se ha convertido ahora en un juego de poder entre los movimientos 8 de marzo que se apoyan del potencial militar y político de Hezbollah, Siria e Irán, y el movimiento 14 de marzo que se ampara del apoyo de Estados Unidos y Occidente.

Pero aquí, el papel del delirante régimen de al Assad juega un papel más importante del que se piensa, pues si bien los movimientos populares en Líbano no han sido lo suficientemente expresivos, ( o sus objetivos han estado lejos de los del resto de los jóvenes de sus vecinos egipcios o sirios) las alianzas de las que viven sus élites pueden tener un reacomodo geopolítico sensible si el régimen de al-Assad cae.


El derrocamiento de al-Assad podría devenir en una fractura de la alianza entre Hezbollah e Irán pues el régimen sirio ha estado fungiendo por más de treinta años como el intermediario más eficiente para el armamento y de más ayuda logística y financiera que recibe la organización islamista. Un ejemplo de esto es la debilidad de algunos diputados pertenecientes al movimiento 8 de marzo tales como  Michael Aoun, cuya financiación depende directamente del régimen sirio el cual, de terminar derrocado en los próximos meses, provocaría la suspensión no solo del argumento político con el que trabaja éste y otros diputados sino también del de su propia financiación para sus campañas, publicidad y protección políticas.
Sin el apoyo de Siria, Hezbollah se verá forzado a sufrir una seria transformación en su logística y operación a menos que pueda optar por una articulación de intereses a favor de un nuevo gobierno sirio y apoyar, como no lo ha hecho hasta el momento, a los movimientos sociales revolucionarios y ponerse inmediatamente del lado de la calle árabe, una opción parecida al juego pragmático que ha optado por seguir Hamás con su alianza con la OLP, una alianza que por cierto necesita de una reforma inmediata de la ley básica de 2002 para que sea tomada por los ciudadanos palestinos con mayor seriedad y compromiso.

Finalmente cabe señalar que el movimiento del 14 de marzo también está pendiente del destino de Siria ya que el final del régimen de Al Assad también significa el final de su plataforma política y de su discurso de confrontación contra  Hezbollah y Assad.  Sin Assad, esta corriente política libanesa se queda sin el "vecino árabe intervencionista" a quien demandar y por quien pedir apoyo a Occidente, lo que resultaría en una política de confrontación directa contra Irán y de cierre de filas con el nuevo gobierno sirio. La cuestión en estos momentos sería dilucidar los movimientos que Hezbollah y sus enemigos políticos harán en Líbano en el escenario post Assad y si esto podría levantar el interés y la movilización de la población libanesa para obtener un sistema de unidad nacional impulsado desde 1989 y que se podría volver una realidad ante este reacomodo geopolítico entre las élites de la "Francia del mundo árabe".

Por su parte, Iraq también comparte una historia similar al pasar por un periodo de guerras con Irán en 1a década de los ochenta, una más en guerra del Golfo entre 1990 y 1991 y una invasión atroz en 2003 cuyo número de víctimas es estimado entre 108 000 y 1.5 millones de acuerdo a las fuentes que se recurran. Sin embargo, pese a dicho desgaste psicológico y material, la movilización de la población iraquí ha sido más activa que en Líbano por una justa razón, esto es, la ocupación estadounidense. Ciertamente entre los principales lemas  iraquíes durante este primer año de primavera árabe y hasta hace una semana, se tienen el "rechazo a la corrupción del gobierno" y "el final de la ocupación estadounidense". La primera de ellas responde a la desconfianza que prevalece entre los iraquíes desde el inicio de la invasión y el clientelismo generado a través de la mala distribución de la riqueza y el poder, mientras la segunda responde a la ocupación misma, la cual pese a la retirada de los efectivos militares de las 500 bases que se tenían para la invasión en 2011, prevalece con la presencia de miles de contratistas que buscarán el negocio de la reconstrucción y la seguridad privada para "ayudar a pacificar" el país en los próximos años. Para Septiembre de 2012 se espera un número aproximado de 15 000 contratistas de los cuales la mitad será de compañías estadounidenses.

Y es que ciertamente la reconstrucción tampoco es un trabajo que se pueda hacer con la presencia estadounidense, la cual, entre la gente común, recuerda la serie de atrocidades cometidas por algunos soldados, la violación de todos los derechos habidos y por haber de la población civil y el causante de un país vuelto en ruinas que pasó de ser del segundo productor de petróleo a nivel regional al segundo lugar en corrupción y uno de los países con la peores condiciones de vida a nivel mundial, mientras su capital Bagdad, la misma ciudad de ensueño de las mil y una noches, se ha vuelto ahora la cuarta ciudad más peligrosa del mundo.



Aunado a lo anterior, la intromisión de Irán en la política interna iraquí también ha tenido consecuencias muy graves para la pacificación del país. Al utilizar la estrategia de los años ochenta en Líbano, Irán ha construido, principalmente en el sur iraquí, una serie de escuelas, clínicas, tiendas, hoteles, entre otros, todos ellos con la fotografía de Jomeini y Jamenei en las paredes. La situación de Basra es un vivo ejemplo de ello, ahora mucha gente en ese lugar piensa que el modelo iraní es el modelo que debe seguir Iraq, lo que da pie a pensar que, ciertamente, la situación de Iraq hoy en día es muy parecida a la situación que vivió Líbano en los años ochenta, donde el agresor no es Israel sino Estados Unidos y donde se está viendo crecer a las milicias patrocinadas por Irán tales como Al-Dawa y el Consejo Supremo de la Revolución Islámica, las cuales, como lo hizo Hezbollah en Líbano hace treinta años, están produciendo nuevos enfrentamientos tanto con las nuevas fuerzas de seguridad del Estado iraquí, con las milicias sunníes que pertenecieron al ejército de Saddam Hussein y con otros grupos independientes que trabajan por cuenta propia o como mercenarios.


Este ambiente de confrontación de poderes extraterritoriales en Iraq ha hecho que la pacificación no llegue a corto o mediano plazos, hecho que sin duda beneficia a Irán para justificar su influencia política y económica en aquel país tratando de ganar el favor de la gente y al mismo tiempo (sin éxito aún) de restar legitimidad y simpatía al Gran Ayatollah Al Uzma, Ali Al Sistani, quien ostenta un poder social y popular en Iraq totalmente avasallador. Al Sistani, quien se opone públicamente al postulado del Velayat al Faqih por su rechazo de la intromisión de la religión en la Política, ha albergado en Nayaf, epicentro del shiísmo duodecimano, a cientos de religiosos disidentes de Qom en los últimos años que no están de acuerdo con la justificación religiosa del actual sistema de gobierno en Irán y que han aprendido nuevas aproximaciones al shiismo contestatario desde las enseñanzas de Sistani y sus allegados. Con un Iraq pacificado, la escuela religiosa de Al Sistani es la única que puede poner en tela de juicio a nivel doctrinal la legitimidad del sistema del Velayat al Faqih en Irán, cuestión que no conviene al  gobierno de Jamenei quien prefiere ciertamente un Iraq Shií de corte parecido al de la República Islámica, al grado de mandar a construir "escuelas velayistas" a Nayaf para contrarrestar esta amenaza. Esto es muy delicado pues algunos académicos como el Abel Karim Soroush ya han advertido sobre la posibilidad de que "Nayaf pueda liberar a Qom" con una aproximación quietista que sin duda lidera Al Sistani.

En conclusión, en ambos casos, Líbano e Iraq, vemos cómo Estados Unidos, Israel e Irán, tal como pasa en Sira, han estado condicionando la política interna de dichos países haciendo de la vida civil una pesadilla social y un laberinto cruel de doble rasero, pues mientras estas potencias se muestran ante los medios como ejes de pacificación y ayuda a los pueblos de esos países, por otro lado están muy interesados en mantener un equilibrio de poder con base en las armas, los ejércitos y las milicias, con quienes también sacan un provecho político y económico a corto plazo pues cada uno de ellos "pacifica" los lugares de comercio e importancia económica para su aliado respectivo. Si bien Líbano e Iraq albergan diferencias en tamaño, población y recursos, estos países adquieren una importancia parecida para las potencias extraterritoriales que no han dejado que la gente al interior explote sus demandas y verdaderas preocupaciones como lo han podido hacer, aguantando  la represión militar y la censura, los pueblos y movimientos sociales en Bahrein, Egipto, Siria y otros que, a pesar de lo experimentado este primer año en sus revueltas y protestas, han dejado en claro que se trata apenas del comienzo de un largo y tortuoso camino en busca de la democracia.


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