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viernes, 14 de septiembre de 2012

Arabia Saudí y el salafismo como herramientas de contención a la primavera árabe


Arabia Saudí se ha caracterizado por ser el principal respaldo de la corriente salafista del Islam alrededor del mundo. Sin embargo, en una política ambigua y llena de opacidad, siempre ha negado la instauración de un modelo quietista que los lleve a adaptar su estilo de vida a aquel estilo practicado por los primeros califas del Islam del siglo séptimo.

El apoyo de Arabia Saudí a las comunidades salafistas en el pasado constituyó un elemento clave para contrarrestar el modelo revolucionario iraní. No obstante, hoy en día ese mismo apoyo sirve para contrarrestar varias fuerzas políticas en la región  tales como las islamistas que tienen sus raíces en los Hermanos Musulmanes, las fuerzas progresistas de la primavera árabe, las autoproclamadas fuerzas marxistas y de izquierda, entre otras.

Pero dentro de lo más importante de este objetivo de contención, el salafismo busca contrarrestar a la primavera árabe. Se pretende reducir el celo revolucionario de los manifestantes que claman por la democracia real y no un cambio cosmético. Se trata de intimidar otras revoluciones incluso en el mismo Estado Saudí y en otras partes del mundo como Europa y América Latina bajo el estampado de sellos y estereotipos que dañan la protesta y movilización ciudadanas: “fíjate cómo están allá esos árabes….si sales a las calles ve lo que puede ocurrirte, lo que nos puede ocurrir a todos”.


Al mismo tiempo, se intenta tornear una política exterior de largo plazo con ayuda de países como Qatar y otros estados del Golfo Pérsico. A final de cuentas, la revolución en Bahrein se mantiene aislada de la prensa regional oficial (excepto por el interés de promocionar dicho fenómeno por PRESS TV en Irán), en Qatar no pasa nada porque dicha isla brilla cuando al Yazira informa de lo que pasa en Libia, Egipto y Túnez con extremo detalle y en Emiratos Árabes nadie entra en detalle puesto que se considera de los principales interlocutores de Washington y Paris en la zona. Así, la política de Arabia Saudí y algunos vecinos del Golfo es hacer que el salafismo mantenga el caos en el exterior mientras se hace olvidar al público la situación interna y diversa de cada uno de esos países. Al final de cuentas, Arabia Saudí piensa tajantemente que el hecho de abrazar al salafismo y las maneras y costumbres de los califas justos, les da la justificación perfecta para protegerse de “la insurrección regional y global contra regímenes represivos y fallidos”.

Por otro lado, si bien el salafismo está en contra de las fuerzas que hicieron posible la primavera árabe, se tiene que decir que también han cortado por mucho con los hermanos musulmanes. Entre el cambio en las tácticas saudís destaca la ruptura de las relaciones entre el Reino y la Hermandad Musulmana más de una década atrás, cuando el ministro del Interior, príncipe Nayef bin Abdul Aziz, denunció a sus antiguos aliados, junto con al Qaeda, como principales responsables de los acontecimientos en las torres gemelas en Nueva York en el 2001.

Si bien Arabia Saudí dio la bienvenida a los Hermanos Musulmanes entre las décadas de los 50 y 60 cuando huían de una represión en el Egipto Gamal Abdel Nasser, Riad arremetió contra ellos tras el 9/11 e insertó recursos e ideólogos en Egipto (principal bastión de la hermandad) para hacer del salafismo la segunda fuerza política del país con más de ¼ de los votos, de acuerdo con las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias en ese país. Se habla de una inversión de 70 millones de dólares solamente el año pasado.


Ahora, el salafismo se ha vuelto una corriente que intenta destruir los cimientos de la primavera árabe y aún más, los intentos de la hermandad musulmana de erigirse como un gobierno legítimo y exitoso en países como Egipto. El salafismo, como una de las corrientes más radicales del Islam, se considera como uno de los principales promotores de las protestas contra el filme “Innocence of Islam” que ha desatado un sinfín protestas en varios países arabo musulmanes como lo puede atestiguar Libia, Egipto, Yemen, y Túnez, países todos ellos que han contado con un proselitismo del salafismo saudí a través de obscuras redes de financiación que no han hecho más que engendrar lo que las corrientes derechistas de los países occidentales han querido, es decir, un caos fundamentalista que haga pensar a la prensa internacional que verdaderamente “los musulmanes en general, y los árabes en particular, no están listos para la democracia”.

La atención que captan este filme y este escándalo viene en un momento decisivo para olvidar muchas cosas que se definen en la región tales como la consolidación de un Estado palestino en el seno de la ONU en septiembre, las matanzas de 200 sirios al día por Bashar al Assad, la crisis de identidad interna que vive Israel, las protestas de progresistas en consonancia con las revoluciones árabes en Arabia Saudí, la crisis pendiente en Bahrein y otras cuestiones que penden de un hilo y que están tratándose de resolver a mano de la calle árabe, una calle que es vulnerable de ser manipulada con el sentimiento de anti americanismo y nacionalismo por los medios de comunicación y que sigue recibiendo notas que fragmentan su unión como sociedad y como actor político contestatario que haga frente a los sucesos prioritarios en sus países. El salafismo se permea como la herramienta más útil para frenar a la primavera árabe, y Arabia Saudí es un gran cómplice de dicha calamidad.

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