Arabia
Saudí se ha caracterizado por ser el principal respaldo de la corriente
salafista del Islam alrededor del mundo. Sin embargo, en una política ambigua y
llena de opacidad, siempre ha negado la instauración de un modelo quietista que
los lleve a adaptar su estilo de vida a aquel estilo practicado por los
primeros califas del Islam del siglo séptimo.
El
apoyo de Arabia Saudí a las comunidades salafistas en el pasado constituyó un
elemento clave para contrarrestar el modelo revolucionario iraní. No obstante, hoy
en día ese mismo apoyo sirve para contrarrestar varias fuerzas políticas en la
región tales como las islamistas que
tienen sus raíces en los Hermanos Musulmanes, las fuerzas progresistas de la
primavera árabe, las autoproclamadas fuerzas marxistas y de izquierda, entre
otras.
Pero
dentro de lo más importante de este objetivo de contención, el salafismo busca
contrarrestar a la primavera árabe. Se pretende reducir el celo revolucionario
de los manifestantes que claman por la democracia real y no un cambio
cosmético. Se trata de intimidar otras revoluciones incluso en el mismo Estado
Saudí y en otras partes del mundo como Europa y América Latina bajo el
estampado de sellos y estereotipos que dañan la protesta y movilización ciudadanas:
“fíjate cómo están allá esos árabes….si sales a las calles ve lo que puede
ocurrirte, lo que nos puede ocurrir a todos”.
Al
mismo tiempo, se intenta tornear una política exterior de largo plazo con ayuda
de países como Qatar y otros estados del Golfo Pérsico. A final de cuentas, la
revolución en Bahrein se mantiene aislada de la prensa regional oficial (excepto
por el interés de promocionar dicho fenómeno por PRESS TV en Irán), en Qatar no
pasa nada porque dicha isla brilla cuando al Yazira informa de lo que pasa en
Libia, Egipto y Túnez con extremo detalle y en Emiratos Árabes nadie entra en detalle
puesto que se considera de los principales interlocutores de Washington y Paris
en la zona. Así, la política de Arabia Saudí y algunos vecinos del Golfo es hacer
que el salafismo mantenga el caos en el exterior mientras se hace olvidar al
público la situación interna y diversa de cada uno de esos países. Al final de
cuentas, Arabia Saudí piensa tajantemente que el hecho de abrazar al salafismo
y las maneras y costumbres de los califas justos, les da la justificación
perfecta para protegerse de “la insurrección regional y global contra regímenes
represivos y fallidos”.
Por
otro lado, si bien el salafismo está en contra de las fuerzas que hicieron
posible la primavera árabe, se tiene que decir que también han cortado por mucho
con los hermanos musulmanes. Entre el cambio en las tácticas saudís destaca la
ruptura de las relaciones entre el Reino y la Hermandad Musulmana más de una
década atrás, cuando el ministro del Interior, príncipe Nayef bin Abdul Aziz,
denunció a sus antiguos aliados, junto con al Qaeda, como principales responsables
de los acontecimientos en las torres gemelas en Nueva York en el 2001.
Si
bien Arabia Saudí dio la bienvenida a los Hermanos Musulmanes entre las décadas
de los 50 y 60 cuando huían de una represión en el Egipto Gamal Abdel Nasser, Riad
arremetió contra ellos tras el 9/11 e insertó recursos e ideólogos en Egipto
(principal bastión de la hermandad) para hacer del salafismo la segunda fuerza
política del país con más de ¼ de los votos, de acuerdo con las últimas
elecciones presidenciales y parlamentarias en ese país. Se habla de una inversión
de 70 millones de dólares solamente el año pasado.
Ahora,
el salafismo se ha vuelto una corriente que intenta destruir los cimientos de
la primavera árabe y aún más, los intentos de la hermandad musulmana de
erigirse como un gobierno legítimo y exitoso en países como Egipto. El salafismo,
como una de las corrientes más radicales del Islam, se considera como uno de
los principales promotores de las protestas contra el filme “Innocence of Islam”
que ha desatado un sinfín protestas en varios países arabo musulmanes como lo
puede atestiguar Libia, Egipto, Yemen, y Túnez, países todos ellos que han
contado con un proselitismo del salafismo saudí a través de obscuras redes de
financiación que no han hecho más que engendrar lo que las corrientes
derechistas de los países occidentales han querido, es decir, un caos
fundamentalista que haga pensar a la prensa internacional que verdaderamente “los
musulmanes en general, y los árabes en particular, no están listos para la
democracia”.
La
atención que captan este filme y este escándalo viene en un momento decisivo
para olvidar muchas cosas que se definen en la región tales como la consolidación de un Estado palestino en el
seno de la ONU en septiembre, las matanzas de 200 sirios al día por Bashar al
Assad, la crisis de identidad interna que vive Israel, las protestas de
progresistas en consonancia con las revoluciones árabes en Arabia Saudí, la
crisis pendiente en Bahrein y otras cuestiones que penden de un hilo y que
están tratándose de resolver a mano de la calle árabe, una calle que es vulnerable de ser manipulada con el sentimiento de anti americanismo y nacionalismo por los
medios de comunicación y que sigue recibiendo notas que fragmentan su unión
como sociedad y como actor político contestatario que haga frente a los sucesos
prioritarios en sus países. El salafismo se permea como la herramienta más útil
para frenar a la primavera árabe, y Arabia Saudí es un gran cómplice de dicha
calamidad.
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