Ahora
que se da tanto eso de las encuestas bien pagadas sobre qué opinión tiene usted
de tal o cual cosa, que luego ya se encargan ellos de convertirla en una
herramienta muy útil para la institución que las subvenciona, propondría un
reto. ¿Sabe usted quién fue Dreyfus, Alfred Dreyfus? ¿El "affaire
Dreyfus"? Saldrían las cosas más inverosímiles.
Bradley
Manning cumplió 24 años el sábado pasado en Fort Meade, cerca de Washington,
donde el día anterior se inició el consejo de guerra que le puede llevar a la
pena capital o ala cadena perpetua. Curioso destino para un Sagitario.
Aseguran, quienes saben de eso, que suelen ser gente propensa a la simpatía y a
la buena suerte. Nació en un pueblo de Oklahoma, Crescent City, que no figura
en los mapas. De padre gringo, veterano de guerra en la Marina, y madre
británica.
Cosecha
del 87, carne de crisis a partir de la separación de sus padres, errancia
doméstica y luego el aprendizaje de la vida; estudios sin interés,
descubrimiento de su homosexualidad, búsqueda de algo en lo que merezca la pena
aposentarse. Talento natural hacia la informática. Era lo suyo.
El
ejército de Estados Unidos descubre en ese muchacho rarito que acaba de
apuntarse a los marines y que se manifiesta descaradamente gay, un futuro
guerrero. Lo envían a Iraq, a la 10. ª División de Montaña, unidad
especialmente activa frente a la insurgencia iraquí y afgana.
La
guerra más alucinante con la que abrimos nuestro siglo XXI. Lo del soldado
Manning eran los ordenadores; le ascienden y se ocupa de los secretos peor
guardados del imperio. Por mucho que se quieran proteger de los hackers,los
misterios de la informática sólo los puede salvaguardar otro hacker.
Tenía
21 años cuando fue destinado a Iraq y tarda apenas otro en descubrir esa cosa
terrible, abrumadora, que consiste en sentirse ayudante del verdugo. Es algo
que no está al alcance de todos, porque hay gente que puede hacerlo durante
toda su vida adulta y no apreciar su singularidad. El valiente soldado Manning
parece que lo pilló enseguida. Primero fueron las filmaciones de las matanzas
de civiles en Iraq, luego esas evocaciones nazis filmadas por divertidos torturadores
en Abu Graib, y por fin, nuestra Lubianka contemporánea que lleva por nombre
Guantánamo. No cuesta imaginar aun soldado sensible ante la impunidad criminal
de sus superiores. Lo difícil es resolver la ecuación vital; por salvar el
honor y la dignidad, destrozaré mi vida para siempre. ¿Y si sólo fuera la vida?
Será la calumnia, la traición, la humillación pública, y como colofón, la
difamación cotidiana a manos de los depositarios de la verdad histórica.
Cuando
detienen al soldado Bradley Manning a finales de mayo de 2010 ha conseguido
pasar miles de informes secretos a la red Wikileaks para que se hagan públicos.
Ahí está el condensado de una política de Estado en su carácter ruín,
desalmado, de bandoleros de lujo. Y sobre todo, impunes. Algunos de nuestros
talentos locales, en la inopia de su frivolidad, hicieron el símil con
Anacleto, agente secreto; nunca pedirán perdón, son funcionarios, y los
funcionarios al uso se distinguen por su capacidad para no asumir
responsabilidades. El Poder sin embargo lo tuvo muy claro desde el primer
momento. Con la colaboración de un soplón, Adrian Lamo, al que el incauto
Manning confesó su hazaña, empezó la caza, implacable.
Ni
siquiera los diarios más importantes de nuestro mundo occidental, ilustrado y liberal,
pudieron soportar la presión del Departamento de Estado norteamericano. Una
cosa es la decadencia y otra conservar todavía el poder real sobre vidas y
haciendas. La lectura de Gibbon y su imperio romano en descomposición exige una
lectura lenta, nada espasmódica. Aún quedan muchos años para un cambio de ciclo
real, y nadie puede garantizar que sea para mejor. El soldado Manning fue
encarcelado en condiciones de la Inquisición, como ocurrió siempre, en la
antigüedad y la modernidad, sea nazi, estaliniana o imperialista. Y como
siempre, también empezó la demolición ética de los protagonistas. Julian
Assange, el comunicador, se convirtió en un violador de suecas. Violar suecas
es el límite del machismo occidental, reconozcámoslo nosotros, españoles criados
en el subdesarrollo. La narrativa de esos coitos con condón o sin condón,
voluntarios o involuntarios, se hará algún día un clásico de la comedia
picante. Nunca dos polvos tuvieron tanta trascendencia histórica. Lo de Homero
y La Iliada se reduciría a una cuestionable violencia de género.
Probablemente
ante la figura de Bradley Manning muchos volverán a repetir las frivolidades
que se llegaron a decir de Alfred Dreyfus, un caballero burgués y judío, tan
diferente de este Manning de la marginalidad. ¿Evitamos rememorar los
comentarios periodísticos de entonces, tan similares a estos de hoy sobre la
conspiración, el intento de minar la civilización occidental, la ofensa al
ejército más poderoso de la tierra, defensor de la libertad allí donde se encuentre?
Manning fue encarcelado en la base de marines de Quantico (Virginia) en
condiciones infrahumanas y allá pasó casi un año, durmiendo en calzoncillos,
sin sábanas ni mantas, y con la luz encendida. ¿Les recuerda alguna vieja
historia, hoy tan justamente denostada?
Probablemente
libre la vida, e incluso se le atenuará la cadena perpetua si asume denunciar a
Julian Assange y le convierte en reo de la justicia norteamericana. Su abogado,
David Codmas, empezó preguntando al tribunal militar: ¿dónde está el daño?,
¿dónde el peligro? Y tenía razón, el daño y el peligro era el del poder no el
de la ciudadanía. Ahora, al parecer, se debate a un nivel más bajo y se
plantean si el soldado Manning era un travesti o sencillamente un
discapacitado. Lo único que no cabe admitir ante un tribunal militar es que
obró como un soldado consciente de su conciencia democrática. La invasión de
Iraq fue un crimen que hubiera debido llevar a los tribunales a aquel trío que
la promovió y se inventó las mentiras para la masacre. Bush, Blair y Aznar son
más susceptibles de un tribunal de guerra que el honorable soldado Bradley
Manning, que acaba de cumplir 24 años y al que nunca jamás le dejarán ser
joven, valiente y digno.
En
una de esas crónicas que hacen historia, Christophe Ayad, en Le Monde,describía
el final del ejército de Estados Unidos en Iraq: "Se han ido como
ladrones, en mitad de la noche, sin decir adiós y sin mirar atrás". Así
abandonaba el 18 de diciembre, al alba, un centenar de vehículos y los últimos
500 soldados de la 1. º división de caballería, el país que habían invadido en
2003, con el alborozo de tantos, hoy taciturnos. Cruzaron el puesto fronterizo
de Kuwait y cerraron, o creyeron cerrar, una página miserable de la historia de
EE. UU. Dejan un país más destrozado, corrupto, dividido y sumido en la
miseria, del que encontraron con Sadam Husein, su veterano aliado de antaño.
Y
en esas páginas de mierda y sangre que ellos escribieron, y cuya huella no se
borrará en décadas, habrá al menos un capítulo digno, un apartado dedicado al
valor del soldado Brandley Manning, de Oklahoma, que fue capaz de poner al
descubierto esos fondos que jamás aparecen en los discursos. La verdad de una
guerra, los motivos de una invasión, las razones para cubrir una mentira. Lo pagará
a un precio que nosotros no seríamos capaces de asumir.
Hay
tiempos que alimentan la frivolidad como el rocío, el nuestro es uno de ellos.
Y entonces ocurre como en otras épocas, que alguien se pregunta ¿para qué tanta
muerte? Cien mil iraquíes y 4.500 norteamericanos. Yde seguro que en Estados
Unidos, además de las viudas, los heridos - cerca de 40.000-,el hombre que
habrá de llevar sobre sí el castigo que no cumplirán sus dirigentes será el
Manning de Oklahoma, que se exhibirá como un traidor hasta que lo rescate una
novela, un ensayo, una antigualla.
Por Gregorio Moran, La Vanguardia. 24 de diciembre de 2011
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