Artículo de: Abdalá Naser al Atibi
Traducido por Al Fanar traducciones
Durante décadas los gobernantes árabes han usado a los islamistas radicales como espantapájaros para los pájaros (las presiones de Occidente) y como trozos de queso para seducir a los ratones (los intereses internacionales).
Occidente, temeroso de que el poder en Oriente Próximo cayera en manos de los que creía enemigos de todo lo occidental y moderno, hacía la vista gorda a las violaciones de derechos humanos cometidas por parte de las elites árabes gobernantes, que tenían en común con ellos la enemistad con los grupos islamistas. Al mismo tiempo Occidente trabajaba para satisfacer las aspiraciones económicas de esas elites, aunque de forma parcial, para garantizar la construcción de sólidas represas frente a cualquier posible cambio que pudiera agitar la zona y amenazar los intereses occidentales tanto económicos como políticos.
Occidente no probó este tipo de gobiernos árabes para juzgar si le podían ser válidos o no, sino porque se encontraba influido principalmente por dos factores que han condicionado el comportamiento de su política hacia Oriente Próximo en las últimas décadas. El primer factor era su vinculación oficial a los gobiernos árabes no elegidos por sus pueblos y su desconexión de los movimientos islamistas pacíficos, lo cual provocó una visión general basada en las líneas de comunicación de las que disponían. El segundo factor fue la enemistad y la hostilidad obvias de algunos grupos islamistas, sobre todo las de grupos que emplean y apoyan la violencia contra todo lo que no sea islámico en general y contra Occidente en particular.
Esto ha sucedido en un pasado reciente, pero hoy se han abierto nuevos canales de comunicación entre los países árabes y el mundo. Ahora le ha tocado el turno de palabra a la masa de población más amplia después de que ese derecho fuera patrimonio exclusivo de una elite reducida. Ahora Occidente está obligado a escuchar.
La gente habló primero en Túnez. Los egipcios y los libios siguen formando sus voces. Las voces de los yemeníes y los sirios se están componiendo en lo invisible.
El discurso de los tunecinos muestra una visión totalmente opuesta a la que venía escuchando Occidente. Los tunecinos hablaron en voz alta y expresaron una nueva postura reflejada en los resultados de las elecciones de la Asamblea Constituyente tunecina encarnada por el partido del Movimiento Al Nahda que se hizo con el 41% del total de votos.
Para mí, y tal vez para Occidente también, este resultado no entra en la lista de cosas inesperadas. Incluso puedo ir más lejos y asegurar que la victoria de cualquier otra ideología en estas elecciones, teniendo en cuenta que la polarización ideológica es lo que normalmente toca tras épocas dictatoriales, no era lógica por varias razones que citaremos a continuación.
Primero: el deseo insaciable de la gente de cambiar el rumbo de un extremo a otro. Pasar al extremo opuesto de la antigua era, como una especie de revancha en busca de nuevas situaciones completamente diferentes a las vividas en los años duros. Y no hay un referente más hostil a la antigua era, con una posición clara, que el movimiento islamista Al Nahda.
Segundo: los pueblos árabes han convivido durante muchos años con elites gobernantes que han luchado contra el dominio del carácter religioso sobre la vida pública, haciendo llamamientos a la exclusión y la marginación de todo lo que acercara la palabra de Dios al corazón de la gente por miedo al crecimiento de la masa de los rivales islamistas.
Tercero: la mayor parte de la clase media económica o culta cree que quien habla en nombre de Dios merece necesariamente sumisión y obediencia, aunque no presente pruebas concretas sobre los procesos de reforma que propone, que finalmente dependerán de su capacidad personal y no de la voluntad de Dios.
Cuarto: el movimiento islamista Al Nahda es el único de los partidos políticos tunecinos que se han presentado a las elecciones con una larga historia en la acción política clandestina. A esto hay que añadir su gran capacidad para maniobrar y jugar en espacios reducidos gracias a su experiencia acumulada en el largo enfrentamiento con el régimen que gobernaba Túnez que ni era liberal, ni laico y ni islámico, lo que le ayudó a movilizar con gran facilidad a partidarios y simpatizantes y a llegar a votantes para quienes las urnas no significan gran cosa.
Quinto: Al Nahda, desde la oposición, ha monopolizado durante muchos años la referencia religiosa de la vida política y social en Túnez, cuando los símbolos del liberalismo y el laicismo consideraban la religión un enemigo del civismo y la civilización, lo que hizo que los ciudadanos, que no pueden separar su vida real de sus instintos religiosos, votasen a favor de Al Nahda.
Sexto: la falta de madurez de los partidos liberales y laicos en Túnez para hacerse con los votos del electorado en espacios abiertos, lejos de la influencia de sectores internos y exteriores. Ni la Historia les beneficia para conseguir tal objeto ni su realidad sobre el terreno puede convencer al votante de a pie de su capacidad para cambiar sus condiciones económicas ni su futuro imprevisible, ni siquiera saben con certeza si su referencia ambigua es capaz de garantizarles sus libertades civiles y religiosas.
Séptimo: como las demás organizaciones islámicas árabes, Al Nahda no tenía una conexión (de intereses) con Estados Unidos ni con los países occidentales. Esto le ayudó a posicionarse de forma automática en el lugar de un enemigo acusado durante la revolución de ser un agente de Occidente.
Las razones por las que los islamistas han ganado las elecciones en Túnez son muy claras y no se podía esperar otra cosa. Creo que esta victoria animará a los votantes en los demás países de la primavera árabe a introducir el factor religioso a la hora de comparar entre quienes quieren entrar en el ámbito de la acción pública, pero la pregunta importante es la siguiente: ¿Serán capaces los partidos religiosos de convencer a la gente para que vuelva a confiarles su voto en las próximas elecciones? ¿Lograrán el éxito al pasar de la teoría a la práctica?
No tengo ninguna duda de que quien quiere gobernar, sea quien sea, pretende alcanzar su objetivo utilizando todos los medios: no le importa dirigirse a los estómagos de la gente, ni a sus mentes o sus necesidades religiosas, pero el trabajo en la realidad y en el ámbito de la práctica exige transparencia, honestidad y lealtad, e ir más allá de hipnotizar a la gente utilizando la religión o la realidad de la composición demográfica.
En las próximas elecciones en Túnez, la gente tendrá más experiencia democrática y habrá conocido más lo que ésta muestra y lo que oculta, entonces podrá ganar Al Nahda como podrán ganar sus rivales, pero todo sucederá al amparo de los derechos humanos y el respeto de las libertades y no bajo las referencias de los partidos políticos ganadores ni de sus creencias.
Occidente, al otro lado del mundo, nos seguirá tratando de la misma manera. En los momentos de apuros todos somos árabes, no importa si islamistas, liberales, laicos o incluso si no entramos dentro de ninguna clasificación clara.
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